DIALÓGO
CON EL TIEMPO
A
finales de mayo, Dios mediante, veré a compañeros que estudiaron el
Magisterio en Griñón, como yo lo hice. Siempre es un motivo de
alegría encontrarse con las personas con las que se vivió una de
las etapas más agradables y soñadas de la vida: la juventud. Hablo
con frecuencia con algunos de ellos.
Recordé
que en una de mis novelas “Esperanza fallida. Un error del
destino”, escribí unas páginas sobre este último. Me había
llamado la atención unas frases escritas por Goethe: “El hombre
debe determinar las circunstancias para que no sean ellas quienes lo
determinen”. Puede que sea una aspiración más del ser humano,
pero tendría que ser Dios para llevar a cabo este deseo. Dios, por
definición, es un ser “a-circunstancial”.
Una
circunstancia marcó el futuro de mi vida. Era entonces un niño,
pero que tenía claro ─quizás por las veces que me lo repetían en
el pueblo─ lo importante que era el estudio: “Estudia si quieres
ser alguien en la vida”. Quizás a otros compañeros les ocurrió
lo mismo.
Como
me dijo Apuleyo: “En el encuentro de mayo, hablarán los
recuerdos”. Y recordé que los sueños existen porque son aquellos
─los recuerdos─ los que acarician a estos ─los sueños─. Y
lo dijo alguien que sabía mucho más que yo: Buñuel. No solamente
muchos de ellos embellecen nuestra vida; de alguna manera, nos
hicieron lo que fuimos y también lo que somos. Y por ese motivo,
dialogo frecuentemente con el tiempo.
Vista de mi pueblo, Cogolludo, desde la carretera que viene de Guadalajara. Allí llegó un día de 1955 el hermano Benigno. Y de esta villa salí un 5 de setiembre de 1956 para estudiar en Griñón con los Hermanos de la Salle.
(...) Al salir de la escuela,
Tony dijo a su madre:
─ Mama, ha venido un señor
a hablarnos. Lleva sotana y un babero blanco. Dijo que es de La
Salle.
─ Sí. ¿Qué os ha dicho?
─ Que los que quieran pueden
estudiar en su colegio que está cerca de Madrid. El pueblo se llama
Griñón. Mama, yo quiero estudiar.
─ Ya veremos.
─ Ha dicho que Don Andrés,
el cura, puede informar a los padres que lo deseen.
─ Bueno. Iremos a hablar con
Don Andrés.
Y Tony estudió en Griñón
(Madrid). Aquella circunstancia cambió el sino de su vida. El dedo
del destino escribió con las palabras del hermano Benigno. A La
Salle le debe gran parte de lo que es. Le enseñó a ser un buen
maestro. Y entonces no sabía Tony ─ pero la vida se lo
enseñó─, que ciertos encuentros llevan el signo del
destino.
El palacio de los Duques de
Medinaceli, en Cogolludo. Por el portón salían los toros, siendo yo
un niño. Estudiando en Griñón, leí en el libro de Historia del
Arte que se recogía esta anécdota que yo había vivido. Al lado, la
foto en que puede verse una vista parcial de la plaza, uno de mis
lugares de juego. A la izquierda, el Ayuntamiento, cuyo Salón de
Plenos hacía también de biblioteca. En el centro, la fuente estilo
gótico.
─ ¿Hablas del destino?
─preguntó Melontikós.
─ Recordaba algo que
cambió mi vida.
─También del destino se
han preocupado los filósofos y los poetas antiguos.
─ Sí, sobre todo, los
antiguos: estoicos, platónicos, epicúreos... Los poetas y los
trágicos creían que nadie se libraba de él.
─ Todos expusieron sus
opiniones.
Ruinas del Castillo, siglo XI. |
─ Llevas razón.
─ ¿Quién había
predicho eso? Los poetas hubieran dicho la Necesidad.
─ Así es.
La Iglesia de Santa María de los Remedios, donde recibí el Bautismo, Primera Comunión, con siete años, siguiendo las instrucciones del Papa Pío X, y Confirmación.
La vista parcial más
fotografiada y pintada de Cogolludo, desde la Fuente Abajo, si
exceptuamos el palacio. Así era cuando siendo yo niño. Hoy está
más rejuvenecida.
─ Fue uno de los
elementos que determinó la trama de mi vida futura. La parte de la
suerte que me tocó─ así la considero aunque no oyera a los
oráculos predecirla-, ni tuviera conocimiento entonces de ella y,
mucho menos, me asistiera la intuición─. Yo quería estudiar para
“ser alguien” ─que decían en el pueblo─. Veía a los hombres
venir del campo, ennegrecidos por el sol, su boina sucia del polvo y
del sudor, con andar cansino cuando aún no eran viejos. Yo quería
otra vida.
─ Llevaban razón. Y la
tuviste. Todo tiene su causa, Tony. Los primeros filósofos de la
“antropología filosófica” ─que llama algún pensador─,
quisieron sistematizar los conocimientos que tenían sobre el
destino─ dijo Melontikós que de destinos sabía, puesto que es el
futuro.
─ Pero se encontraban con
el muro de la libertad del hombre. Y los primeros filósofos que se
preocuparon del estudio del destino intentaron resolver este
problema. Cuando tomé la decisión de estudiar, me comporté
conforme a mi naturaleza, sin saberlo.
─ Sé que los estoicos
entendían la libertad como “conformidad con el universo”, la
Naturaleza─ dijo Melontikós.
─ Así es. Les repugnaba
que una orden arbitraria y divina fuera quien determinara el destino
del hombre. De esta manera, la libertad era el cómo afrontar,
enfrentarse cada hombre con el destino. Y aunque conocieran los
estudios de Aristóteles sobre el azar, sin afirmarlo e influyendo la
suerte, la vida del hombre no podía ─ o no solamente─, ser fruto
del azar o de una decisión divina.
─ Pero la fatalidad se
manifiesta en hechos simples (cada uno tiene fijado el día de su
muerte, no creo que nadie sea dueño de su Parca que, como sabes,
son tres y solo una es inmortal); y en otros acontecimientos más
complejos o concatenados; y, por tanto, de mayor dificultad de
precisar.
─ Ciertamente.
─ En mi caso hubo varios
acontecimientos: la llegada del hermano, el permiso de mis padres, la
influencia del señor cura, Don Andrés, y el señor maestro, don
Casto, para convencer a mi madre...
─ Entiendo.
─ ¿Estuve determinado?
─ No sabría decirte.
Griñón. La primera vez
que vie esta imagen me impresionó. Era un 6 de setiembre de 1956. Su
campana en alto sería como una amiga, a veces molesta, cuando me
despertaba tan temprano.
─Si admitimos que son
muchas las causas que me influyeron, no. Pero ─fuera lo que fuere─,
la suerte ─que también es destino─, estuvo conmigo. Y, como soy
creyente, alguna mano me echaría Dios.
─ Y yo me alegro.
─ Gracias, Melontikós. Y
también se lo agradezco a Teleutaios que hoy nos ha abandonado.
─ Nunca lo hago─ dijo
Teleutaios, apareciendo y muy sonriente.
─ Lo sé aunque no
siempre eres un buen amigo.
─ Yo tengo poco que ver
con el destino, no así Melonticós. Pero te digo que los modernos
tienen otra opinión sobre el destino ─y digo bien porque la
‘episteme’ es otra cosa─. ¿No crees?
─ Sí es difícil hacer
ciencia sobre el destino. Szondi, en Psicología, lo intentó. Pero,
a lo que te refieres, diferencian entre destino y causalidad. Sin
embargo ¿qué importancia tiene ese conocimiento en el hombre
ordinario y singular ─no en el “caricaturesco” de la cultura
─que diría Nietzsche y tanto te ofendió─, querido Teleutaios?
─ Desde ese punto de
vista, poca.
─ El destino ─dice
Spengler─ es “la necesidad ineludible de la vida”. Y yo, aunque
niño, tenía la necesidad de estudiar. Eso es lo importante.
─ Sí─ asintieron
Teleutaios y Melontikós.
─ El destino es un
acontecer más en la vida del hombre. Y nos enseña que la vida es
absolutamente contingente. Lo imprevisible siempre es posible y se
hace presente frecuentemente.
─ Lo sé muy bien─ dijo
Melontikós.
─ Hasta la próxima─ se
despidió Teleutaios.
─ Gracias. Los dos sois
buenos amigos y mejores conversadores.
─ Es la sabiduría del
tiempo.
─ Lo es, queridos amigos.
ANTONIO
MONTERO SÁNCHEZ
Maestro.
Profesor de Filosofía y Psicología
(Continuará)
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