11 LAS
GRANDES VICTORIAS
CAMINO DE LA LEYENDA, III
BATALLA
NAVAL DE LEPANTO (7 de octubre de 1571)
Réplica de “La Real”, galera capitana de D. Juan de
Austria en la batalla de Lepanto. El original fue construido en Barcelona en 1568.
Medía 60 metros de eslora y 6,2 de manga,
magníficamente decorada y pintada en oro
y en rojo (Museo Marítimo de Barcelona).
El
Tratado de la Santa Alianza se firmó
el 25 de mayo de 1571.
Ambos mandos contendientes,
cristianos y mahometanos, iniciaron de inmediato los preparativos para la
batalla naval proyectada. En tan solo 4 meses, de mayo a octubre de 1571, se prepararon
por uno y otro lado, hombres, naves y pertrechos, en calidad y en cantidad, hasta
entonces jamás vistos.
Salida de la armada de la Liga Santa del puerto de Messina, camino del
golfo de Lepanto, en el mar Jónico.
La flota cristiana reunida en el puerto de Mesina, levó anclas hacia el
mar Jónico en busca del enemigo. Primero de seis cuadros encargados por Felipe II al pintor Lucas
Cambiaso. Felipe II, los colocó más tarde en el Monasterio del Escorial.
La flota cristiana al mando de D.
Juan de Austria, estaba compuesta por
198 galeras, 26 naves, 76 fragatas y 11 galeazas.
En total, los barcos iban bien armados con
1.300 cañones y 48.000 hombres, de los que 16.000 eran tercios de la mar embarcados, pertenecientes
a 14 compañías del tercio de Granada, al mando del Maestre de campo, Lope de
Figueroa; 10 compañías de los tercios de Nápoles bajo las órdenes de Pedro de
Padilla; 8 compañías del tercio de Miguel de Moncada; 9 compañías del tercio de
Sicilia mandados por Diego Enríquez, a los que habría que sumar unos 10.000 mercenarios
aventureros pagados por el monarca, más 2.000 pagados por el Papa y 5.000 por Venecia.
Otros 4.000 tercios españoles debían
embarcar en las naves de Venecia que no contaban con los saldados necesarios
para abordar o hundir las naves
enemigas.
La galera era un barco muy antiguo,
de origen bizantino, que podía utilizar
como fuerza motriz, los remos y las velas.
En proa
iba armada con un espolón
metálico para chocar contra el barco enemigo y causarle el mayor daño posible
en su casco. Su dotación se componía de unos 500 infantes, preparados para el
abordaje, asalto y conquista de las naves enemigas.
En el siglo XVI, se añadieron a las
galeras dos o tres cañones grandes y varios falconetes que disparaban balas más
ligeras y bolas de fuego para dañar o incendiar
el barco enemigo. Llevaba además un cuantioso número de esclavos y ajusticiados
o prisioneros “condenados a galeras” para
mover los remos.
La flota turca estaba bajo el mando
supremo de Alí Pachá y su famoso
almirante Euldj Alí, señor de Argel;
contaba con 216 galeras, 64 galeones, 64 fustas con otras muchas
embarcaciones menores y 47.000 hombres, de los cuales 2.500 eran jenízaros
turcos o soldados de élite.
Ambos contendientes, cristianos y
turcos, se avistaron en el golfo de Lepanto el día 7 de octubre de 1571.
D. Juan de Austria, como jefe
almirante, dirigía la táctica y el ataque general de la flota cristiana desde la nave capitana, “La
Real” y además mandaba directamente la zona central del despliegue, con 74
galeras.
El ala derecha cristiana estaba bajo
el mando del almirante Juan Andrea Doria, con 54 galeras.
El ala izquierda con 53 galeras,
estaba a las órdenes del marino veneciano Sebastiano Barbarigo.
Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz,
comandaba la retaguardia con 30 galeras dispuestas para socorrer a las naves y
apoyar a las zonas con mayores apuros.
Despliegue inicial de la batalla de la batalla de Lepanto.
Frente a las naves cristianas desplegaron
sus navíos los mahometanos: en primera línea, Alí Pasha con 95 galeras desplegadas
en arco frente a las naves cristianas; detrás,
en una segunda línea de combate, Karáh Kodge ocupaba el centro, con 29 galeras; a su derecha se situaba Mehmet Sciroco, con 55 galeras y a su izquierda, Uluch
Alí, con 93.
A punto estuvieron los mahometanos de
retirarse antes de empezar la batalla, pues a pesar de ser superiores en navíos, sus
mejores capitanes aconsejaron a Alí Pasha, rehuir el combate y refugiarse en los
puertos y castillos próximos al golfo, pues consideraban superior la
preparación y disciplina de la escuadra cristiana. Tenían más navíos, pero
muchos de nuestros hombres subían a bordo por primera vez, muy lejos de la
magnífica preparación de los tercios de la mar, especializados en el abordaje y
lucha marina durante años.
Finalmente, Alí Pasha, confiando en
su buena suerte y en su superioridad numérica, ordenó hacer frente y responder
al ataque cristiano.
A las 11 de la mañana, se disparó el
primer tiro desde la capitana cristiana, “La Real”.
A poco de empezar el combate, cambió
el viento a favor de las naves atacantes
cristianas que vieron cómo se movían sus barcos apoyados por las velas, mientras
que las naves turcas, se movían torpemente, a fuerza de remos y en contra del
viento. Además cuando empezó a disparar masivamente la artillería de sus
barcos, el humo, llevado por viento cegaba las naves enemigas. Los cristianos
vieron en todo esto la ayuda de Dios y la seguridad de su victoria.
Tras muchas y largas horas de
combate, “La Real” de D. Juan de Austria
consiguió acercarse a la galera capitana turca de Kadupan Pachá, defendida por
los jenízaros más aguerridos y mejor adiestrados.
Comenzó entonces un duelo terrible
entre los defensores de una y otra nave. Los tercios españoles que defendían “La
Real”, una vez adosada la propia nave
capitana a la del almirante turco, se lanzaron al abordaje en una lucha
terrible, cuerpo a cuerpo, sobre la cubierta enemiga. Tres veces debieron
retroceder y repetir el asalto hasta adueñarse,
finalmente, de la nave capitana enemiga.
En la lucha cayó herido Alí Bajá que fue luego decapitado y su cabeza
colgada en el palo más alto de la vela
mayor de “La Real”.
En “La Real” se colgó también el pendón
turco de la flota enemiga, como señal anticipada de victoria.
La galera “La
Real”, al mando de D. Juan de Austria, en pleno combate y tras duros abordajes se hizo con la capitana turca. Alí
Pachá fue herido y muerto de un arcabuzazo.
Posteriormente fue decapitado y su
cabeza colocada en el mástil más alto de la nave capitana cristiana.
Al final de la jornada, la derrota
turca era total: se apresaron 190 galeras turcas,
de las que 130 fueron consideradas como útiles. Durante el combate ardieron en
llamas y se quemaron 60 naves enemigas. Murieron más de 30.000 turcos, se le
hicieron más de 5.000 prisioneros y se
liberaron 12.000 cautivos cristianos condenados a galeras en los barcos
enemigos.
La Santa Liga sufrió unos 7.500
muertos, de ellos unos 2.000 españoles.
El mérito principal de la victoria
correspondió a los tercios embarcados, especializados en el abordaje de
naves y en la lucha cuerpo a cuerpo. Los
mahometanos, muy superiores en número, demostraron una peor preparación física
y táctica.
Uno de los tercios de la gloriosa jornada
de Lepanto fue Miguel de Cervantes, que luchó en la compañía de Diego de
Urbina. En la lucha quedó seriamente herido y perdió, por anquilosamiento
posterior, la mano izquierda. Contaba entonces 24 años de edad. Héroe en la batalla naval de Lepanto, escribiría de ella más tarde: "Comenzó la más memorable y alta
ocasión que vieron los siglos pasados ni esperan ver los venideros".
El golfo de Lepanto, situado en
el Peloponeso, frente al mar Jónico, fue
el escenario de la batalla del mismo nombre. La batalla naval se dio cerca de
la ciudad griega de Náfpaktos, en italiano y en español, Lepanto. Posiblemente
ha sido la batalla naval más cruenta de la Historia en todos los tiempos y así
la juzgó acertadamente Miguel de Cervantes que, a pesar de encontrarse enfermo
y con fiebre muy alta, en contra del parecer de su capitán, se empeñó en
participar en la lucha y lo hizo heroicamente. "Comenzó- escribe Miguel de Cervantes- la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos pasados ni
esperan ver los venideros".
Más de 400 galeras y 200.000 hombres
lucharon con denuedo y empeño nunca visto, en una batalla naval que
definitivamente ganó para Europa y para toda la cristiandad la supervivencia y
la paz frente a la amenaza del mahometismo y del mundo oriental.
Toda la
Cristiandad celebró con grandes festejos este singular triunfo de la Santa
Liga. El imperio otomano sufrió la pérdida total de su fuerza naval. En el
recuento final, fueron apresadas 130
galeras enemigas reutilizables,
60 fueron pasto de las llamas, 5.000 soldados quedaron hechos prisioneros,
12.000 cautivos cristianos fueron liberados y los muertos en el bando enemigo
se calcularon entre 20.000 y 30.000. Por el contrario, en la Santa Liga las
pérdidas fueron mucho más reducidas: 7.500 muertos, de los que unos 2.000 eran
españoles.
La gran vitoria de Lepanto fue, en
efecto, celebrada por toda la cristiandad con grandes fiestas, festejos y
algaradas y supuso para todos los reinos de
Europa acabar con la amenaza permanente de una invasión turco-otomana y
el libre comercio de todas las tierras rivereñas del Mediterráneo.
Según varios testimonios, mientras se
desarrollaba la batalla de Lepanto en el golfo Pérsico, el Papa S. Pío X, en
Roma, pedía a Dios por mediación de la Virgen de las Victorias, el triunfo de
la escuadra cristiana.
En un determinado momento, dejó el Papa su oración y
aseguró a cuantos le rodeaban que la Santa Liga, había ganado la batalla.
En conmemoración de este triunfo
definitivo de la cristiandad, el papa San Pío V instituyó la fiesta de la
Virgen de las Victorias, posteriormente, convertida en la festividad anual de
la Virgen del Rosario.
En 1573, la Santa Liga, en contra de otros
criterios importantes que defendían aprovechar la victoria y atacar al enemigo
en el norte de África, se disolvió una vez cumplido su objetivo inmediato de
derrotar a los turcos.
Felipe II, aunque vio clara la
ocasión de atacar de inmediato las costas del norte de África aprovechando la
aplastante derrota total de sus aliados
otomanos, necesitaba urgentemente la paz para ocuparse de los asuntos internos
de su vasto Imperio, muy pronto complicados además con los problemas de la sucesión en Portugal.
Estos motivos le impidieron sacar mayor rendimiento de su victoria en Lepanto y
someter las plazas berberiscas del norte de África.
GUERRA DE SUCESIÓN DE PORTUGAL
Sebastián I |
En 1578 murió el rey portugués
Sebastián I, sin sucesión, en el desastre de Cazalquivir y Felipe II era el
pretendiente más cercano y con mayores
derechos a su sucesión.
A su vez, Venecia, no quería distanciarse
excesivamente del imperio otomano, pues de su buena relación con él dependía el
futuro de su floreciente comercio de
productos orientales, importados para Europa occidental.
Los turcos, por su parte, a partir de
esta derrota naval tuvieron que abandonar sus ambiciones en occidente para
poder defender en años sucesivos su amenazada frontera oriental con Persia.
Continuará
Villanueva de la Peña 29 de noviembre de 2017
JOSÉ MANUEL GUTIÉRREZ BRAVO
Maestro Nacional. Doctor en
Historia.
Fundador y exdirector de la
Universidad Laboral de Toledo
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