8 UNA PICA EN FLANDES
8.1 La herencia el
emperador Carlos
Carlos I de España y V de Alemania había heredado de su padre
Felipe el Hermoso, el Ducado de Borgoña,
los Países Bajos y el Franco Condado de
Borgoña; de su madre Juana, el reino de Castilla y todas las posesiones de
América y Asia; de su abuelo materno Fernando de Aragón, la corona de Aragón
que incluía Sicilia, Cerdeña, Nápoles y algunas plazas importantes del norte de
África y de su abuelo paterno el emperador Maximiliano, los dominios de los
Habsburgos en Austria, Tirol y el sur de Alemania.
8.2 El llamado Camino
español
Fue una suerte para Carlos V y sus inmediatos sucesores
contar con un pasillo terrestre, el llamado “camino español” para unir sus
dominios europeos del sur con los del norte, Flandes, a través de Génova, Lombardía,
(Milán), Saboya, Franco Condado, Lorena-Alsacia y del ducado de
Luxemburgo. Ya en Italia se cerraba la
comunicación con la Península Ibérica a través de los puertos mediterráneos de
Génova y Nápoles hacia Barcelona,
Valencia y Cartagena.
Rara vez se usaba la vía del Atlántico norte entre la Península
y Flandes. La vía terrestre de Italia a
Flandes, fue siempre preferida
a la comunicación directa vía océano Atlántico, partiendo de los
puertos del norte peninsular: Laredo, Suances, San Vicente de la Barquera o los
puertos vascos, para desembarcar en Brujas, Gante u Ostende.
Esta navegación
oceánica, aunque recorrida más de una vez por Carlos I y Felipe II, era
considerada, si bien mucho más breve, bastante más peligrosa, considerando la
imposible previsión del estado de la mar, el peligro de posibles abordajes
enemigos dada la animadversión franco-inglesa en el Canal de la Mancha y la
práctica imposibilidad de utilizarla en el transporte de los tercios, tan
numerosos y acuartelados, además, en Italia.
Ruta del llamado “Camino español” que unía las posesiones españolas de Italia con las
de los Países Bajos. Este pasillo terrestre partía de Lombardía, atravesaba Saboya,
el Franco Condado, Alsacia-Lorena y
Luxemburgo para llegar, tras unos 1.000 km de recorrido, a Flandes y Bruselas.
Permitía
a los reyes españoles el mutuo socorro entre los tercios acuartelados en
Flandes y los estacionados en el milanesado, Nápoles o Sicilia y viceversa, según
el lugar atacado por las tropas enemigas y las necesidades de la guerra.
El llamado Camino español,
(Lombardía, Milán, Saboya, Franco Condado, Lorena-Alsacia y del ducado de
Luxemburgo) fue la ruta que siguió Felipe II cuando viajó a Bruselas convocado
por su padre para asistir a su abdicación, en 1555: Barcelona-Génova por barco
y luego, siguiendo el camino terrestre español, Génova-Bruselas.
En adelante fue la ruta preferida por los tercios para ayudarse mutuamente en las guerras del Imperio, fueran éstas en el norte o en el sur. Tantas veces fue recorrido este camino por los tercios, en uno y otro sentido, que acabó siendo conocido por los contemporáneos como “el Camino español”.
Este estratégico pasillo desde el norte de Italia a los
Países Bajos medía unos 1000 km de longitud y ocupaba una estrecha franja entre
Suiza y Alemania por el este y Francia por el oeste.
Este estratégico corredor militar no era ciertamente el más rápido
pero sí el más seguro para mover los tercios de norte a sur y viceversa y oponer así un ejército más poderoso a sus tenaces enemigos
franceses, ingleses, protestantes y otomanos, que disputaban a los reyes
españoles los mejores reinos centroeuropeos o italianos de su herencia.
Partiendo de Italia, los Tercios españoles, iniciaban el camino en la Lombardía o Milanesado, posesión de la corona española durante casi
200 años, para continuar luego el camino
por Saboya, vía Chambery, Suiza, hasta Pont de Gresin, y entrar en el Franco Condado de Borgoña,
herencia que el emperador Carlos V había
recibido de su abuelo Maximiliano de Austria, tras la derrota de Luis XI de Francia y el Tratado de Senlis (1493).
Los tercios continuaban luego por tierras de Lorena y Alsacia
para alcanzar el Ducado de Luxemburgo y atravesado éste, entraban finalmente en
los Países Bajos sumando sus efectivos a los tercios de Flandes.
Cuando el ataque enemigo se producía en los reinos de Italia,
eran los tercios de Flandes quienes bajaban por la misma ruta en ayuda de los
tercios del sur.
Los tercios andaban el camino desfilando en escuadrones y compañías, al son
de cornetas y tambores, llevando sus propias armas, caballerías, cañones y
personal de acompañamiento. Los bagajes,
municiones y utensilios iban en
retaguardia, en carros y carromatos tirados por yeguas o caballos.
El mapa nos muestra el Camino español seguido por los tercios españoles desde Milán a
Bruselas o viceversa, con las capitales más importantes que atravesaban: Génova
si eran tropas peninsulares desembarcadas y luego Turín, Albertville, Arinthod,
Besançon, Nancy, Mettz, Thionville, Luxemburgo, Namur y Bruselas. Su desfile
por estas capitales era la mejor propaganda para la causa del Emperador.
Contamos con muchos testimonios de embajadores y cronistas
municipales que elogian y ponderan este espectacular desfile a su paso por los
correspondientes municipios y recorrido. Era todo un acontecimiento popular
presenciar su paso a toque de corneta y tambor y admirar su gallardía, sus
armas, el orgullo y el perfecto orden y disciplina del que hacían gala.
Paso de los tercios viejos “camino español”. |
8.3 Poner una pica en
Flandes
Este camino terrestre fue muy recorrido entre los años 1566 y
1622.
Solo en el siglo XVI, los “tercios viejos” de Italia
recorrieron esta senda europea en más de 24 ocasiones, subiendo hacia Bruselas para unirse a sus compañeros y volviendo a
transitarla de nuevo cuando volvían victoriosos a sus acuartelamientos del sur.
Tardaban en llegar
desde Italia a Flandes o viceversa, entre 40 y 60 días, según la
estación del año, el tiempo, el estado de los caminos, las precauciones propias
de una guerra insidiosa y la mayor o
menor urgencia en responder al enemigo o adelantarse y presentar batalla.
El siguiente cuadro resume los años en que fue usado este
camino por los tercios estacionados en Italia o en Flandes y el número de
soldados que lo recorrió, con anotación
de las fechas de salida y de llegada.
Cuadro con la especificación de año, mando, número de soldados, fecha de salida, fecha de llegada y días transcurridos en el camino.
Expediciones registradas entre 1567 y 1593
|
|||||||
Año
|
Mando
|
Hombres
|
Salida
|
Llegada
|
Días
|
||
1567
|
Alba
|
10.000
|
20/06
|
15/08
|
56
|
||
1573
|
Acuña
|
5.000
|
04/05
|
15/06
|
42
|
||
1578
|
Figueroa
|
5.000
|
22/02
|
27/03
|
32
|
||
1578
|
Serbelloni
|
3.000
|
02/06
|
22/07
|
50
|
||
1582
|
Paz
|
6.000
|
21/06
|
30/07
|
40
|
||
1582
|
Carduini
|
5.000
|
24/07
|
27/08
|
34
|
||
1584
|
Passi
|
5.000
|
26/04
|
18/06
|
54
|
||
1585
|
Bobadilla
|
2.000
|
18/06
|
29/08
|
42
|
||
1587
|
Zúñiga
|
3.000
|
13/09
|
01/11
|
49
|
||
1587
|
Queralt
|
2.000
|
07/10
|
07/12
|
60
|
||
1591
|
Toledo
|
3.000
|
01/08
|
26/09
|
57
|
||
1593
|
México
|
3.000
|
02/11
|
31/12
|
60
|
Estos desplazamientos eran costosísimos al erario imperial y
exigían de los mandos una minuciosa y detalladísima programación y previsión: número
de tercios, acompañantes, ruta, etapas de marcha, alimentación, alojamiento y
descanso y por parte de la tropa una disciplina ejemplar para realizar las jornadas
en el tiempo fijado y según las normas estrictas dadas para que a su paso no
fueran una carga para las tierras amigas que atravesaban.
Al mismo tiempo, el traslado de los tercios por tan largo y fatigoso
camino, exigía de los mandos un
servicio permanente de contraespionaje y vigilancia de los enemigos, para no
caer en emboscadas y estar siempre informados de los movimientos del campo contrario.
La sabiduría popular
no tardó en admirar e inmortalizar estas marchas épicas creando una expresión: “poner
una pica en Flandes”. La expresión pasó
a ser la plástica representación de algo considerado como muy difícil y
costoso de alcanzar pero planeado con fe
y finalmente alcanzado satisfactoriamente.
Según el Diccionario de la Real Academia española, “poner una pica en Flandes”, es una
frase coloquial para significar que es mucha la dificultad de conseguirlo.
Este refrán está relacionado, sin duda, tanto con lo difícil
que era conseguir un buen piquero, como luego, más costoso todavía y más peligroso y largo, situarlo en Flandes o el
lugar señalado para el combate.
Marcha de los tercios españoles por el llamado “camino español”. |
8.4 Variantes al “Camino español”
Los condados de Lorena y Alsacia, aliados en este tiempo del Imperio de
Carlos V y de la corona de España, frente a los constantes ataques de Francia, que ambicionaba su posesión, contemplaron
siempre con orgullo el paso de los tercios españoles por Metz, camino de Bélgica
y Flandes o victoriosos después de la
batalla, de vuelta a sus bases italianas.
Mapa que muestra las posibles variantes y rutas alternativas
que fueron utilizadas esporádicamente
por los tercios españoles en sus idas y venidas del sur al norte de Europa o viceversa. En color verde la más
usada.
El llamado camino
español, recorrido por vez primera por Felipe II en su viaje a Bruselas en
1555, con el tiempo fue admitiendo algunas variaciones o desvíos, de acuerdo
con la mayor o menor urgencia o según la estación del año en la que se desplazaban
o la distancia más corta y directa al lugar del conflicto.
Las variantes al “Camino”
principal ya descrito, eran principalmente una ruta que salía de Milán, se encaminaba
por Alessandria, Vercelli e Ivrea hasta
llegar a Aosta y allí por el desfiladero del
Pequeño Gran San Bernardo, seguía hasta atravesar el Franco Condado y unirse en Pont Sur Soane al camino principal hasta Bruselas.
Otra variante era: llegados a Aosta seguían a la derecha por el desfiladero del
Gran San Bernardo, atravesaban Suiza por el lago de Ginebra y se unían al Camino principal en Pont Sur Soane.
8.5 Las dificultades del Camino
El traslado de los tercios por el camino español se
presentaba lleno de dificultades. La primera de todas, la longitud del camino,
cerca de los 1.000 km. A ella se añadían infinidad de obstáculos:
El camino se iniciaba en Génova
si eran tropas desembarcadas procedentes de la Península, o en Milán, para los
tercios estacionados en Lombardía. Esta región, geográficamente
situada en la Italia noroccidental, en su parte sur, es una llanura recorrida de
oeste a este por el río más largo de Italia, el Po. Hacia el norte predomina una zona montañosa no muy elevada, los Montes Apeninos, a la que sigue una
gran cordillera, los Prealpes, con picos de 2.400 y 2.500 m y grandes lagos a sus pies como el Lago Mayor, el Lago de Lugano, el Lago de
Cómo y el Lago de Garda.
Los tercios, caminando siempre hacia el noroeste penetraban en Saboya por Alessandria y Turín
para dirigirse hacia el Franco
Condado por Novales y Chambery, entre los cantones suizos de Ginebra y la
región francesa del Ródano-Alpes. Regiones todas ellas de grandes montañas, de
ríos caudalosos, de torrentes bravíos, gargantas profundas y barrancos con caminos
deshechos por los deshielos, las aguas, las llantas de los carros y las
herraduras metálicas de las caballerías.
Este corredor hacia el norte avanza además entre las perturbaciones
de los montes Cisnes primero y de
las estribaciones de las grandes alturas
del macizo del Mont
Blanc suizo, (4.810 m de altura), después.
Cumbres alpinas de la
Alta Saboya del macizo de Mont Blanc. (4.810 m de altura, en Suiza).
Llegados los tercios al Franco
Condado, territorio imperial desde 1555 y en los siglos XVI y XVII poblado
con gentes muy orgullosas de pertenecer a la corona española, celebraban el
haber dejado atrás la dificultosa travesía de los Alpes y eran acogidos con toda
clase de agasajos y admiraciones.
Bessançon, “ancienne ville
espagnole”, (Victor
Hugo), capital y ciudad fuerte del Franco Condado,
amurallada entonces y rodeada por las aguas del Doubs.
El Ducado de Luxemburgo, formaba
parte de los Países Bajos españoles desde 1556, siendo su soberano el Rey de España. Puede decirse, por tanto, que los tercios alcanzaban los Países Bajos
en el ducado aunque para unirse a los
tercios de Flandes continuaran camino a Bruselas o al lugar previamente fijado.
El Duque de Alba y sus tercios, en su
marcha hacia Flandes en 1568,
invirtieron en llegar a Bruselas unos 81 días, bien es verdad que se
trataba de una marcha para que el duque
tomara posesión como Gobernador de Flandes, sin la urgencia de guerra alguna.
8.6 Espíritu de la
marcha
Mientras los tercios de Nápoles y
Milán subían hacia Flandes, lugar de constantes guerras y rebeliones, una ola
de encontrados sentimientos latía en todos los corazones de los tercios que
desfilando marcialmente por valles y montañas y superando etapa tras etapa,
sabían que en su desplazamiento se acercaban a momentos históricos de los que
iban a depender, no solo los grandes intereses del Imperio, sino también los
suyos propios, la supervivencia de su vida, su integridad física, su pequeña hacienda
personal, la nostalgia de su tierra y de los suyos, tan lejanos…, y el
desconocimiento que la suerte les depararía en la batalla a la que cada día se iban
acercando.
Por otra parte pensaban que para eso
se habían enrolado en los tercios, que ese era el momento deseado para luchar por sus ideales religiosos, como les habían inculcado sus
padres y los capellanes que les arengaban; también, que iban a luchar para
conseguir sus ascensos y mejorar su futuro; también, para mostrar su preparación y conseguir, en tiempos
de guerra, lo que sería imposible alcanzar en tiempos de paz.
Estas ideas y el ardor guerrero que exhibían
en sus desfiles y marchas por las ciudades amigas del camino y los aplausos y admiración que suscitaban su marcialidad y
prestancia, les infundían ánimos y acrecentaban su fe en la próxima victoria y
en la seguridad de su triunfo.
Cuando, después de derrotar al
enemigo, bajaban otra vez a sus acuartelamientos italianos, volvían desfilando
de nuevo, pero esta vez más tranquilos, con la gloria del triunfo conseguido,
sus créditos personales acrecentados y la alegría de la victoria alcanzada. Una
vez más seguían confirmados como el ejército invencible de su tiempo y
aplaudidos como salvadores del Imperio.
En algunos casos, por desgracia,
también con el recuerdo y la amargura dolorosa
del compañero perdido en el combate o del amigo y camarada mutilado, que no
olvidarían jamás.
Continuará
JOSÉ MANUEL
GUTIÉRREZ BRAVO
Maestro, doctor en Historia,
Villanueva de la Peña 1 de octubre de 2017
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