4. EL ARMAMENTO DE LOS TERCIOS
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4.1 Armas de fuego de uso personal:
arcabuces y mosquetes
La novedad y el
acierto de los nuevos ejércitos europeos estuvo entonces en reemplazar los tradicionales cuerpos de ballesteros, por soldados especializados
en el manejo de las nuevas armas de fuego, con mortíferos efectos sobre el
campo adversario, tanto por el estruendo atronador producido por los disparos
en grupo, como por los efectos terribles de las balas disparadas.
La ballesta había sido hasta
entonces la única máquina capaz de herir y matar a distancia. Venía usándose
como arma de caza y guerra desde el siglo X. Podemos considerarla como el
perfeccionamiento del arco y de las flechas. La antigua flecha se sustituyó en
este caso por una metálica saeta corta y puntiaguda, capaz de atravesar una
coraza.
El Gran Capitán, Gonzalo de Córdoba, en la conquista de
Granada, había introducido el cambio con algunas unidades de arcabuceros que mezclaba entre los antiguos infantes armados
con ballestas y cuya misión era defender las alas laterales de la infantería.
Más tarde el Duque de Alba cambió los arcabuceros por mosqueteros, soldados que usaban los mosquetes, más pesados que los arcabuces en un primer momento, pero
también mucho más eficaces y certeros.
Veamos las diferencias entre arcabuces y mosquetes:
4.1.1 El arcabuz
Era un arma de fuego que se cargaba con pólvora y mediante
una mecha móvil incorporada al arma, se explosionaba. Pesaba unos 7 kilos. Los
arcabuceros tardaban en cargar su arma entre 3 y 5 minutos. Colocado el arcabuz
verticalmente se introducía por su boca superior una dosis de pólvora y una
bola de hierro de entre 19 y 30 mm.
Una vez apuntada el
arma sobre el enemigo que se acercaba, con una mecha previamente encendida y a través de un pequeño agujero, llamado “oído”, se prendía fuego a la pólvora
allí depositada, que al explotar lanzaba la bola a una velocidad de salida de
unos 200 m por segundo.
El estruendo que hacían las armas al estallar la pólvora y
los estragos que causaba en las filas contrarias, ponían espanto y pavor entre
los enemigos.
Para buscar un mayor impacto, debían dispararse las armas cuando
el enemigo estuviera a corta distancia,
pues a más de 40 metros, el tiro era ya impreciso y sin mucha fuerza.
La faena de cargar las armas era muy engorrosa y además para
poder hacerlo exigía al arcabucero o mosquetero llevar consigo diferentes
utensilios:
-
Una
polvorera donde guardar la pólvora;
solían llevar 12 dosis en pequeños tubos
o bolsitas atados a la cintura, cada
uno con la carga previamente dosificada para ir cargando el arcabuz en
sucesivos disparos. En su lenguaje familiar a estas bolsitas o tubos los
llamaban “los doce apóstoles”, tal
vez como un piadoso medio de acordarse y encomendarse a ellos en semejante
trance.
Cinturón del que
pendían una serie de pequeños depósitos que contenían 12 dosis de pólvora para
ir cargando el arcabuz en sucesivos disparos. En el argot de los tercios, dicho
cinturón se conocía como “los doce
apóstoles”, sin duda para invocar su protección en tan comprometido trance.
- Un morral o mochila a cuestas para llevar
los proyectiles
Proyectiles de plomo,
fabricados por los propios arcabuceros. Las balas venían a medir 2,3 cm. de
diámetro.
-
Una
baqueta o varilla larga como el tubo
del arma, acabada en pomo para comprimir la pólvora. La baqueta se alojada
debajo del cañón del arcabuz.
Baqueta para prensar la
pólvora. Se acoplaba al cañón del arcabuz.
-
Un
trípode para apoyar el arcabuz y
después de introducir la bala en el cañón asegurar la puntería.
Arcabuceros con su trípode de apoyo en actitud de
disparar.
-
Una
mecha encendida finalmente para acercar
al “oído” del arma y encender la
pólvora y provocar la explosión.
Todas estas operaciones había que ejecutarlas en pleno y
estruendoso combate, con el enemigo atacando a muy corta distancia, en medio de
un ruido terrible y de un griterío infernal.
La pólvora que usaban los tercios era la llamada de tipo negro, una mezcla de carbón, azufre
y salitre, que se inflamaba con facilidad y producía más de setecientas veces
su volumen en humo y gases. Los soldados expertos sabían cómo fabricarla y
prepararla.
Es de advertir que tanto los arcabuces
y más tarde mosquetes, como igualmente la pólvora y las balas, debían ser
costeadas por los propios soldados arcabuceros o mosqueteros, a costa de su sueldo, al principio adelantado, según
una regla que regía para todos los Tercios.
Igualmente debían
fabricarse sus propias balas, para lo cual disponían del metal correspondiente,
el plomo, y de pequeños moldes de piedra o barro cocido para fundirlo. Todo a
cuenta de su soldada, que por este motivo era superior a la de los piqueros y
espadachines.
Una de las obligaciones de cabos y sargentos era, antes de
entrar en combate, pasar revista y asegurarse de que todos sus soldados con
armas de fuego estaban provistos de la pólvora y de las municiones correspondientes.
4.1.2 Mosquete
Era un arma de fuego parecida
a un fusil, aunque más larga y de mayor calibre, que se cargaba por la boca como
el arcabuz y se disparaba colocado sobre
un muro o apoyado en una horquilla, en razón de su peso.
Mosquetero con la mecha encendida
El mosquete se usó ya en la conquista de Granada. Entonces
era aún más pesado y se debía disparar previamente apoyado sobre una pared o
bien sobre una horquilla que el soldado
debía llevar consigo.
La
indumentaria de los mosqueteros era parecida a la
de los arcabuceros, pero en vez de morrión llevaban sombrero o chambergo.
Al igual
que el arcabucero,
los mosqueteros recibían a su coste,
plomo en pasta y un molde para labrar sus propias balas.
Los mosquetes fueron introducidos en los “Tercios de Flandes”
por el Duque de Alba, porque su manejo era más fácil y su efecto más eficaz que
el de los arcabuces.
Con ellos se hacía puntería a más larga distancia, como a
unos 200 m aunque solo a partir de los 50 alcanzaba su máximo de efectividad.
Su peso, al principio era casi igual que el del arcabuz (hasta 12 o 13 kilos). Su precio era, en cambio, más
elevado.
Detalle del Socorro de
la plaza de Constanza del pintor Vicente Carducho, 1634. Pueden verse y
contarse a la espalda del tercio, colgadas de la bandolera de cuero, las cargas
de pólvora conocidas como “los 12
apóstoles”, así como el arma y la horquilla.
En 1501 se menciona ya el mosquete en una relación de armas
que se entregan a las guarniciones del Reino de Granada. Hacia 1560, su peso había
bajado mucho, hasta unos 7,5 kilos, al
punto de poderse llevar y disparar por un solo hombre apoyándolo en una
horquilla.
El verdadero
perfeccionamiento de los mosquetes empieza con los primeros años del siglo XVII
en que la clásica mecha encendida se sustituye por la chispa provocada por la
acción del gatillo, que al golpear
con un martillito sobre un pedernal,
levanta una chispa que enciende automáticamente la pólvora. Este avance representa
una gran novedad en todas las armas de fuego.
“La llave de chispa” fue un
mecanismo de disparo empleado en mosquetes y que reemplazaba a la mecha de encendido. Fue creada en
Francia a principios del siglo XVII. En 1745, este tipo de encendido lo usaba
ya la Royal Navy.
Consiste en un trozo de pedernal que es sostenido entre dos quijadas al extremo de un corto
martillo (pie de gato). Este martillo se
retira hacia atrás y tras apretar el gatillo, el martillo accionado por un
muelle va hacia adelante, haciendo que el pedernal que atenaza golpee una pieza
de acero llamada rastrillo. Al mismo tiempo, el movimiento del pedernal y el martillo
empujan al rastrillo hacia adelante, abriendo la cubierta
de la cazoleta que contiene la pólvora. Al golpear el pedernal contra el rastrillo se producen una serie de chispas, que
caen en la cazoleta y encienden la pólvora. La llamarada pasa al interior del
cañón a través de un pequeño agujero llamado "oído", encendiendo la carga propulsora y provocando el
disparo del arma.
Mangas de mosqueteros alrededor del cuadro
interior de picas. Este tipo de formación táctica hizo a los tercios españoles
vencedores durante siglo y medio en todas las campañas emprendidas a lo largo y ancho de Europa.
JOSÉ MANUEL
GUTIÉRREZ BRAVO
Maestro, doctor en Historia,
Exdirector de la Universidad Laboral
de Toledo
Villanueva de la Peña, febrero de
2016
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