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59. Tercios viejos


       
  4. EL ARMAMENTO DE LOS TERCIOS


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4.1  Armas de fuego de uso personal: arcabuces y mosquetes
 La novedad y el acierto de los nuevos ejércitos europeos estuvo entonces en  reemplazar los tradicionales cuerpos de ballesteros, por soldados especializados en el manejo de las nuevas armas de fuego, con mortíferos efectos sobre el campo adversario, tanto por el estruendo atronador producido por los disparos en grupo, como por los efectos terribles de las balas disparadas.



La ballesta había sido hasta entonces la única máquina capaz de herir y matar a distancia. Venía usándose como arma de caza y guerra desde el siglo X. Podemos considerarla como el perfeccionamiento del arco y de las flechas. La antigua flecha se sustituyó en este caso por una metálica saeta corta y puntiaguda, capaz de atravesar una coraza.


El Gran Capitán, Gonzalo de Córdoba, en la conquista de Granada, había introducido el cambio con algunas unidades de arcabuceros que  mezclaba entre los antiguos infantes armados con ballestas y cuya misión era defender las alas laterales de la infantería.
Más tarde el Duque de Alba cambió los arcabuceros por mosqueteros, soldados que usaban los mosquetes, más pesados que los arcabuces en un primer momento, pero también mucho más eficaces y certeros.
Veamos las diferencias entre arcabuces y mosquetes:

4.1.1 El arcabuz
Era un arma de fuego que se cargaba con pólvora y mediante una mecha móvil incorporada al arma, se explosionaba. Pesaba unos 7 kilos. Los arcabuceros tardaban en cargar su arma entre 3 y 5 minutos. Colocado el arcabuz verticalmente se introducía por su boca superior una dosis de pólvora y una bola de hierro de entre 19 y 30 mm. 

Arcabuz

Una vez apuntada el arma sobre el enemigo que se acercaba, con una mecha previamente encendida  y a través de un pequeño agujero, llamado “oído”, se prendía fuego a la pólvora allí depositada, que al explotar lanzaba la bola a una velocidad de salida de unos 200 m por segundo.


El estruendo que hacían las armas al estallar la pólvora y los estragos que causaba en las filas contrarias, ponían espanto y pavor entre los enemigos.
Para buscar un mayor impacto, debían dispararse las armas cuando el enemigo estuviera  a corta distancia, pues a más de 40 metros, el tiro era ya impreciso y sin  mucha fuerza.
La faena de cargar las armas era muy engorrosa y además para poder hacerlo exigía al arcabucero o mosquetero llevar consigo diferentes utensilios:
-         Una polvorera donde guardar la pólvora; solían llevar 12 dosis en pequeños tubos o bolsitas  atados a la cintura, cada uno con la carga previamente dosificada para ir cargando el arcabuz en sucesivos disparos. En su lenguaje familiar a estas bolsitas o tubos los llamaban “los doce apóstoles”, tal vez como un piadoso medio de acordarse y encomendarse a ellos en semejante trance.
 


Cinturón del que pendían una serie de pequeños depósitos que contenían 12 dosis de pólvora para ir cargando el arcabuz en sucesivos disparos. En el argot de los tercios, dicho cinturón se conocía como “los doce apóstoles”, sin duda para invocar su protección en tan comprometido trance.


     -         Un morral o mochila a cuestas para llevar los proyectiles

Proyectiles de plomo, fabricados por los propios arcabuceros. Las balas venían a medir 2,3 cm. de diámetro.

-         Una baqueta o varilla larga como el tubo del arma, acabada en pomo para comprimir la pólvora. La baqueta se alojada debajo del cañón del arcabuz.

Baqueta para prensar la pólvora. Se acoplaba al cañón del arcabuz.
 
-         Un trípode para apoyar el arcabuz y después de introducir la bala en el cañón asegurar la puntería.

Arcabuceros  con su trípode de apoyo en actitud de disparar.
-         Una mecha encendida finalmente para acercar al “oído” del arma y encender la pólvora y provocar la explosión.
Todas estas operaciones había que ejecutarlas en pleno y estruendoso combate, con el enemigo atacando a muy corta distancia, en medio de un ruido terrible y de un griterío infernal.
La pólvora que usaban los tercios era la llamada de tipo negro, una mezcla de carbón, azufre y salitre, que se inflamaba con facilidad y producía más de setecientas veces su volumen en humo y gases. Los soldados expertos sabían cómo fabricarla y prepararla.
Es de advertir que tanto los  arcabuces  y más tarde mosquetes, como igualmente la pólvora y las balas, debían ser costeadas por los propios soldados arcabuceros o mosqueteros, a costa de su  sueldo, al principio adelantado,  según  una regla que regía para todos los Tercios.
 Igualmente debían fabricarse sus propias balas, para lo cual disponían del metal correspondiente, el plomo, y de pequeños moldes de piedra o barro cocido para fundirlo. Todo a cuenta de su soldada, que por este motivo era superior a la de los piqueros y espadachines.
Una de las obligaciones de cabos y sargentos era, antes de entrar en combate, pasar revista y asegurarse de que todos sus soldados con armas de fuego estaban provistos de la pólvora y de las municiones correspondientes.

4.1.2 Mosquete
Era  un arma de fuego parecida a un fusil, aunque más larga y de mayor calibre, que se cargaba por la boca como el arcabuz y se disparaba colocado  sobre un muro o apoyado en una horquilla, en razón de su peso. 
Mosquetero con la mecha encendida
El mosquete se usó ya en la conquista de Granada. Entonces era aún más pesado y se debía disparar previamente apoyado sobre una pared o bien sobre una  horquilla que el soldado debía llevar consigo.




La indumentaria de los mosqueteros era parecida a la de los arcabuceros, pero en vez de morrión llevaban sombrero o chambergo.
Al igual que el  arcabucero, los mosqueteros recibían a su coste, plomo en pasta y un molde para labrar sus propias balas.


Los mosquetes fueron introducidos en los “Tercios de Flandes” por el Duque de Alba, porque su manejo era más fácil y su efecto más eficaz que el de los arcabuces.
Con ellos se hacía puntería a más larga distancia, como a unos 200 m aunque solo a partir de los 50 alcanzaba su máximo de efectividad. Su peso, al principio era casi igual que el del arcabuz (hasta 12  o 13 kilos). Su precio era, en cambio, más elevado.
 

Detalle del Socorro de la plaza de Constanza del pintor Vicente Carducho, 1634. Pueden verse y contarse a la espalda del tercio, colgadas de la bandolera de cuero, las cargas de pólvora conocidas como “los 12 apóstoles”, así como el arma y la horquilla.


En 1501 se menciona ya el mosquete en una relación de armas que se entregan a las guarniciones del Reino de Granada. Hacia 1560, su peso había bajado mucho, hasta unos 7,5 kilos,  al punto de poderse llevar y disparar por un solo hombre apoyándolo en una horquilla. 
El  verdadero perfeccionamiento de los mosquetes empieza con los primeros años del siglo XVII en que la clásica mecha encendida se sustituye por la chispa provocada por la acción del gatillo, que al golpear con un martillito  sobre un pedernal, levanta una chispa que enciende automáticamente la pólvora. Este avance representa una gran novedad en todas las armas de fuego.


“La llave de chispa” fue un mecanismo de disparo empleado en mosquetes y que reemplazaba a la mecha de encendido. Fue creada en Francia a principios del siglo XVII. En 1745, este tipo de encendido lo usaba ya la Royal Navy.

Consiste en un trozo de pedernal que es sostenido entre dos quijadas al extremo de un corto martillo (pie de gato).  Este martillo se retira hacia atrás y tras apretar el gatillo, el martillo accionado por un muelle va hacia adelante, haciendo que el pedernal que atenaza golpee una pieza de acero llamada rastrillo. Al mismo tiempo, el movimiento del pedernal y el martillo empujan al rastrillo hacia adelante, abriendo la cubierta de la cazoleta que contiene la pólvora. Al golpear el pedernal contra el rastrillo se producen una serie de chispas, que caen en la cazoleta y encienden la pólvora. La llamarada pasa al interior del cañón a través de un pequeño agujero llamado "oído", encendiendo la carga propulsora y provocando el disparo del arma.





Mangas de mosqueteros alrededor del cuadro interior de picas. Este tipo de formación táctica hizo a los tercios españoles vencedores durante siglo y medio en todas las campañas emprendidas  a lo largo y ancho de Europa.


JOSÉ MANUEL GUTIÉRREZ BRAVO
Maestro, doctor en Historia,
Exdirector de la Universidad Laboral de Toledo
Villanueva de la Peña, febrero de 2016

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