(V)
El que se queda mirando al
viento, no sembrará,
El que mira las nubes, no segará.
(Ecl 11,4)
Alegoría o mashal típico de escuela. Hay que mirar al cielo, pero no enredarse
en la mirada. No hay que esperar para la hacer la sementera. Sin riesgo, no se
hace nada. Los fenómenos de la naturaleza son imprevisibles.
Los designios de Dios los
desconocemos. Hemos de trabajar a pesar de nuestra ignorancia y del misterio que
envuelve las cosas.
Nada habría de paralizar el
dinamismo del alma israelita –en nuestro caso, del alma cristiana- ni la
probable inseguridad del mañana, ni determinados cálculos negativos, ni
siquiera la falta de ilusión. Todo es don de Dios. Y el don de Dios se renueva
instante a instante, en una secuencia de momentos actuales. Cada uno es un
eslabón, no un puente de paso, es un valor absoluto. La cadena de la vida
personal, de la familia, del grupo intelectual, de cada generación tendrá
solidez si uno a uno son sólidos los eslabones que la componen. Las
generaciones no tienen como destino el servir de puente a las siguientes y
desaparecer. Ellas poseen en sí un valor absoluto. Por eso el valor que el
Cohelet concede al instante presente. Estamos bajo la mano de Dios. Él sigue
sosteniendo el dinamismo propio de sus criaturas. Acción, pues.
Quien no siembra no recoge.
Pasivamante, te detienes a mirar
demasiado y no siembras.
La inactividad no se ha de
justificar con la prudencia. El Cohelet nos invita a la acción, a darle
densidad al momento presente, al riesgo propio del agricultor, a sembrar por la mañana la simiente y a no
cruzarse de brazos por la tarde, ya que no sabes la siembra que es mejor si la
de la mañana o la de la tarde (11,6).
QerhuteV
Ancien élève de Evode
Beaucamp
y de Francesco Spadafora
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