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57. LPD Delibes

     
 LAS PERDICES DEL DOMINGO

Las perdices del domingo es un libro de caza, autobiográfico, de los que escribió Miguel Delibes. Por poco conocido, no hay que pensar que es un libro más. El escritor cuenta en menos de 200 páginas sus cazatas dominicales entre agosto del 74 y febrero del 78. Son años intensos para Delibes: muere su mujer en el 74, Francisco Franco en el 75, su hijo Adolfo caza su primera perdiz, el escritor tiene algunos contactos con la caza mayor… En este libro se da la peor apertura de temporada que había tenido Delibes en su vida y, a la vez, pisa el mejor cazadero que había conocido nunca. Practica también otros tipos de caza, como la del pato en laguna o las avutardas.
Estas y otras muchas curiosidades nos las cuenta Delibes en Las perdices del domingo con el estilo sobrio y ordenado de siempre.
El día que se publicó este libro hacía frío en Castilla. Era enero de 1981. Para entonces, Delibes había publicado ya otros libros de caza. Consagrado ya como escritor, académico de la Lengua, el éxito de ventas que iba a tener la editorial Destino estaba asegurado.
Dedica Delibes el libro a su amigo José Luis Montes, que fue  Presidente de la Diputación de Burgos hasta 1991, además del gestor del coto en el que cazaron algún tiempo los Delibes. Tras la dedicatoria, una hoja de justificación del libro en la que el escritor deja constancia de que Castilla se despuebla también de pájaros en general y de perdices en particular.

            Las perdices del domingo son la suma de una serie de vivencias del escritor entre 1974 y 1978 que se centran en su actividad cinegética. Comienza el libro con la peor apertura de caza que había conocido Delibes desde que era cazador. No hay codorniz aquella jornada de agosto. Sin embargo, el 13 de octubre hace doblete mixto de perdiz y liebre. Pasado este relato hay un silencio de un par de meses… y el 1º de diciembre nos abre mínimamente su corazón para decirnos que se ha muerto su mujer diciéndonos simplemente que una terrible desgracia familiar lo ha tenido apartado de todo. El 8 de diciembre se lleva una alegría que es de gran valor para la familia Delibes: su hijo Adolfo caza su primera perdiz en Valencia de Don Juan (León). El 19 de enero participa por primera vez en un ojeo bien organizado en la finca de los Araoz, en Villanueva de Duero. El 26 del mismo mes, algo insólito: no pega un solo tiro en una cazata. Para agosto vuelve a sufrir la peor apertura en Santa María del Campo (Burgos). En octubre cogen un nuevo cazadero, en Espinosa de Villagonzalo. En noviembre del 75 contempla el bando más nutrido de palomas que vio nunca. El 16 sigue hablando de caza sin emplear una sola palabra sobre la enfermedad de Francisco Franco. Nada escribirá después sobre el Rey Juan Carlos y sus primeros pasos tras la muerte de Franco. En 1976 se atreve a cazar patos en laguna y avutardas, nada habitual en Delibes. Para diciembre pisa el cazadero de Almedina (Ciudad Real), “el mejor desde que estoy en el oficio”. En 1977 cazará conejos en Mallorca con perro ibicenco y sin escopeta.
            Todo libro de Miguel Delibes, y más estos de caza, cuenta con una serie de reflexiones variadas: constata el escritor que, por aquellos años, sigue sin recuperarse la perdiz y que en la provincia de Toledo hay más caza que en la de Valladolid. Su minuciosidad le hace apuntar cada una de las piezas que se cazan en cada jornada. Una de las temporadas se resume en 2,01 piezas por cazador y día. Mediado el libro, sentencia de la siguiente manera: “El consuelo del cazador estriba, cuando no puede cazar con la escopeta, en cazar con la lengua”. Son años en los que Delibes recibe muchas invitaciones para cazar. Su cuadrilla la suelen componer su hermano Manolo y los hijos del escritor. Una vez vienen unos, otra vez otros.
  

            Caza y más caza se condensa en este libro. Fuera de ella, apenas unas pequeñas pinceladas de vida cotidiana. Por no contar, no cuenta ni lo que come durante o después de sus cazatas (no escribo cacerías, que suena a caza mayor). En la página 20 habla de “una paella suculenta que, aunque híbrida de carne y pescado, resultó muy de mi gusto”. En la 31 “hemos saboreado, al amor de la gloria, mucho mondongo y muchas horas de intimidad”. En la página 39 se come unas liebres con arroz y en la 62 unas perdices estofadas. En Quintana del Puente dice simplemente que come. Tortilla y jamón en Ataquines, paella en Valencia de Don Juan, ensaimadas en Mallorca…
En enero de 1977 Delibes ha cumplido los 56 y vaticina: “Desde hoy hasta enero de 1987 parecen, pues, garantizadas mis excursiones dominicales y, para entonces, habrá que ir pensando, si no en colgar la escopeta, sí en ejercitar mi afición en menesteres menos esforzados que la perdiz de ladera; pongamos por caso, los conejitos de un carrascal, si es que para entonces –que lo dudo- la mixomatosis ha sido erradicada del país”.

Las perdices del domingo siempre quedará en un segundo plano frente a El hereje, El camino o Cinco horas con Mario, pero su lectura es entretenida, didáctica y sobria. Es una buena manera de acercar la caza al lector.
JORGE URDIALES YUSTE
Doctor en periodismo. Profesor
Especialista en Delibes


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