POR LA COMUNICACIÓN, A LA INCOMUNICACIÓN
¿Factor genético?, ¿condicionamiento
educativo?, ¿simple cuestión de supervivencia? No me considero capaz de
determinar qué factores y en qué medida intervienen, pero soy por naturaleza
optimista, tiendo a ver la botella medio llena y a atribuir a error humano lo
que otros no dudan en calificar de maliciosa y calculada culpabilidad. Prefiero
observar el ángulo positivo de las cosas a buscarle tres pies al gato y acabar
amargándome al descubrir, manifiestas u ocultas, espurias intenciones. Y lo cierto
es que –berrinches aparte-de piel para adentro no me ha ido tan mal.
Este natural optimismo me ha llevado a
considerar positivo cualquier avance tecnológico. Basta pasar los ojos sobre
los testimonios de la historia para observar que la evolución de nuestra
especie -desde el instinto hacia la razón, el sentimiento y la
espiritualidad- es manifiesta. La humanidad, con altibajos y a pesar de los
vaivenes revolucionarios –seguramente en parte gracias a estos- ha
caminado siempre hacia delante. Y la tecnología ha tenido mucho que ver. La
creación de ingenios, sencillos o sofisticados, ha facilitado el ineludible
trabajo y favorecido el ocio, el recreo y el cultivo del espíritu, a cada cual
según sus apetencias.
No seré yo, por tanto, quien se muestre
en contra de las nuevas tecnologías. Pero si creo necesario unir mi voz a la de
quienes se muestran alarmados por el riesgo que aquellas pueden suponer.
Siempre ha sido así: el cuchillo, necesario en la caza y de gran utilidad en la
cocina o en la mesa, no deja de ser un arma peligrosa; la fusión o la fisión
atómicas, extraordinarias fuentes energéticas, pueden sembrar –ya lo han hecho-
horror y destrucción…
Y en este orden de cosas, mi reflexión
concreta sobre un elemento tecnológico, puede que el más próximo y familiar: el
teléfono móvil. Y sobre una paradoja: algo que nos acerca en el espacio y en el
tiempo, puede, incomprensiblemente, distanciarnos.
Son cada vez más las voces que lanzan su
alarma sobre este fenómeno: por lacomunicación, hacia la incomunicación. Se
habla incluso del riesgo que supone la adicción al móvil, que puede llegar a
suponer un problema patológico. Se lanzan serias advertencias por psicólogos,
sociólogos y educadores. A la limitación que supone para el joven adolescente
–para el niño, cabría ya decir- la sujeción a un soporte que debería servirle
de ayuda pero del que no es capaz de prescindir, se une el riesgo de las redes
sociales: información indiscriminada y no contrastada; proselitismo, difamación
o estafa, escudados cobardemente en el anonimato…
Ya la televisión supuso en sus inicios
un riesgo que hoy persiste. La que vino en llamarse ‘caja tonta’, tiene poco de
tonta y mucho de inteligente manejo de mentes y voluntades. Pocos instrumentos
han resultado tan útiles para la alienación del individuo: mensajes directos o
subliminales, aderezados con publicidad. Y el ocio del individuo -conseguido,
como decíamos, gracias a la tecnología- limitado y controlado por esta.
Tras la televisión, otros elementos
depresores del espíritu libre, reflexivo y creativo: videojuegos con creciente
carga de sexo y violencia; que hay que provocar descargas de adrenalina, pues
cada vez resulta más difícil llegar a la emoción.
Y el móvil. Sofisticado tirano que nos
acompaña siempre, se sienta con nosotros a la mesa, controla nuestro sueño y
acelera nuestro pulso cuando nos amenaza su ausencia por un pasajero olvido.
¿Os habéis fijado que nuestros adolescentes apenas hablan? Gritan,
fanfarronean, agreden, vociferan… pero apenas hablan. Solo escriben y mal. En
un principio comentaban, hablaban y escuchaban, aunque fuese a través del
auricular. Ahora, ni eso: mensajes de texto, chateo por WhatsApp, zambullidas
en las redes, a pecho descubierto: facebook, twitter, instagram…
Hace unos días fui testigo de lo que
aquí relato y que cuesta trabajo creer: varias familias convocadas en la
vivienda de un matrimonio anfitrión. Entre los asistentes, media docena de
adolescentes, dispersos aquí y allá. Las únicas conversaciones que podían
escucharse provenían de los mayores. Los chicos y chicas permanecían atentos a
sus móviles, tecleando sin parar. Apuesto a que muchos de los mensajes iban
dirigidos a quienes tenían a solo unos metros de distancia.
Desde el mundo de los adultos –con el
cinismo en muchos casos de quien mantiene el hábito que abiertamente censura-
se manifiesta gran preocupación y se lanzan serias advertencias. Pero pocos
confían en que la situación pueda reconducirse.
Vuelvo al principio: soy por naturaleza
optimista y quiero pensar que todo irá a mejor. Pero la cuestión es: ¿sabrá la
humanidad acompasarse al ritmo que se le exige? La tecnología avanza en
progresión geométrica. Tengo mis dudas de que el espíritu pueda acompañarla sin
experimentar serios daños. Confiemos en que estos no resulten irreversibles.
Siempre nos espantó la imagen de Saturno devorando a sus hijos. No quiero
imaginar la de los hijos de la robótica devorando a sus padres.
…………………………
¡Hágase la luz! Y la luz fue.
¡Sepárense las aguas! Y los cielos se abrieron.
Fueron siglos, milenios, los que tardó el Creador. Sin prisas, con sosiego.
Descansó el Hacedor, dejando todo bien dispuesto.
Siguió su curso la Naturaleza. Y el hombre despuntó
(hombre y mujer, que a nadie quiere dar por relegado el uso del genérico).
Imaginó, reflexionó, creó…
Y el fruto de su industria facilitó el camino; a veces, tristemente, lo
estorbó.
Andar hacia adelante, caminar sin apuros, acorta el horizonte;
perder el rumbo, atropellarse… peor que el retroceso.
Tomemos la cuchilla por donde no hace herida;
manejemos con tiento aquello a quien cedemos el ser inteligente.
Será mejor pecar de parcos y prudentes
que acabar sometidos, por necios e inconscientes,
a lo que proyectamos para servir de ayuda
y puede devorar, no os quepa duda,
nuestra torpe e ingenua inteligencia con su mente.
ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO
Maestro. Psicopedagogo. Doctor en Cela. Emérito UCJC
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