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54. Discurso CUR en EP 2016 (1)

                   
                       

MEMORIA DE LOS CURSOS 1961-1963,
EN QUE JUNTAMOS NUESTROS DESTINO
       
Para el centenario de la Casa de Griñón me pidió Teódulo, su cronista, que le diera mi versión del Escolasticado de  los años 1961-1963. Durante esos dos cursos ejercí de profesor y de subdirector de cuatro promociones de jóvenes estudiantes, Hermanos de La Salle, que, por su innata o adquirida vocación docente, se preparaban  para ejercer como educadores desde el Instituto de las EE. CC.
Le envié lo que ahora me parece bueno recordar pues que fue el punto de partida de nuestro singular encuentro de por vida al servicio de unos valores religiosos, de pensamiento y docentes, que nos unen y nos mantienen unidos hasta hoy.
Es lo siguiente que, condensado, les solté en el EP 2016, en el mes de mayo, entre Madrid y Segovia, puntos 1 y 2. El punto 3 (en página aparte) es mi invocación actual para los años de senectud que vivimos, en los que pretendemos seguir al servicio del magisterio y del estilo, que nos caracteriza como afines o inmersos en lo que nuestros amigos, compañeros de viaje, motearon de “La Borrasca”.


EL ESCOLASTICADO DE 1961-1963
Llegué a Griñón, como subdirector del Escolasticado, para empezar el curso 1961-62. Estuve y trabajé aquel curso y el siguiente. Llegaba del Lasallianum de la Casa Generalicia que los HH. de las EE. CC. tenían en Roma, y había pertenecido a la primera promoción de alumnos del Iesus Magister, los primeros licenciados en “ciencias religiosas” (una gran idea creada a medida para la formación de dirigentes intelectuales de Congregaciones docentes) por la Universitas Lateranensis. Allí se nos había orientado hacia los fundamentos de nuestras raíces cristianas y se intelectualizaban los cimientos del magisterio propio de las EE.CC., misión apostólica dentro de la Iglesia Universal: se nos trató de equipar intelectual y humanamente en teología, Sagrada Escritura, educación y catequesis, principalmente.


  El Escolasticado que yo encontré no tenía la altura de lo que había sido a finales de los años 40, con Orizana. Se trabajaba bien la piedad religiosa, la liturgia de misas, vísperas y bendiciones tenía enorme categoría, era nutricia, el ambiente de estudios bueno, la ilusión de la propia vocación, notable, la fraternidad general excelente… Quizá se orientaba más en una línea conventual que en la propia de futuros maestros no monjes de cara a un mundo secular. Aquí, suavemente, había que girar el volante en la dirección del genial La Salle y del mundo secular. Y pisar el acelerador a favor de un Humanismo laico con raíces y a favor de la preparación de los futuros maestros.
A mí no me mandaron al Escolasticado con consignas de cambio. La preocupación de cambiar es muy moderna. Tampoco era una preocupación mía. Yo era consciente del gran tesoro de la tradición lasallana: civilidad, catecismo y escuela. Llegaba yo a algo así como al semillero de un monasterio que hubiera hecho las delicias de San Bernardo. Mi parcela era ocuparme de jóvenes con clara vocación religiosa en flor, que se disponían al mejor servicio de la causa de las Escuelas Cristianas, genial creación de La Salle en el siglo XVII, en Francia, y con un porvenir como educadores maestros que se les prometía más que hermoso, arrollador, el arranque de una vida de misiones no sólo pedagógicas sino religiosas y científicas: el mundo en sus manos.
Lo que yo había visto de muy bueno en mi escuela de Santa Susana, en mis años de formando en Griñón y en mi cuatrienio de “ciencias religiosas” en el Laterano de Roma, eso es lo que yo podría aportar, no como mío, sino como riqueza lasallana, castellana, española y universal recibidas, que era nuestra herencia.
A mí me habían enseñado ya en Santa Susana a preguntarme por el porqué de las cosas. También en mis años jóvenes en Griñón. Me habían dicho que el hombre nace filósofo, particularmente en los dos últimos años, los primeros de Orizana en la Escuela de Magisterio. Había experimentado en Castilla, en Griñón, en La Salle, en Roma… que efectivamente es mejor ser consciente del sentido de las cosas que manejarlas sin más. He aquí una tarea hermosa, que abracé con apasionamiento. Una puerta de entrada y un servicio de Dios y de la Cultura.
Se nos había dicho que la ciencia de un Hermano cabía en una hoja de perejil. Alguno en aquellos tiempos lo entendía como merma. La verdad es que La Salle, doctor en teología, era un ejemplo de lo contrario para sus discípulos y seguidores. Lo que teníamos que entender con lo de la hoja de perejil es que nuestro magisterio consistiría en enseñar cosas sencillas a mentes sencillas, no formadas todavía, no otra cosa. Y que el saber mucho nunca pasaría de saber cuatro cosas, sin llegar a la talla de un Sócrates que aseguraba que sólo sabía que no sabía nada.  
Para eso había que estudiar con ganas de aprender muchas y grandes cosas y sus naturales y hondas raíces: Cristianismo, Escuela, Docencia, España, Estilo… Aprender con tenacidad los elementos de las Ciencias religiosas y profanas.  Volver con frecuencia a ellos, a los elementos, algo muy lasallano. La docencia del Hermano de los Escuelas Cristianas fue siempre sencilla, pero sólida: enseña con sencillez, cosas sencillas incluso a nivel universitario. En consecuencia, mis alumnos habrían de leer a los grandes maestros a mano: a Guardini, a Rahner, a Schillebeeckx, a Menéndez Pelayo, a Ramiro de Maeztu…, oír hablar de Ortega, de Unamuno… manejar obras como  “Catolicismo y protestantismo como formas de existencia” de Aranguaren, “La espera y la esperanza” de Laín Entralgo, “Naturaleza, historia, Dios” de Zubiri, y otros autores, los que teníamos a mano, como Papini, Adolfo Muñoz Alonso… Para el estilo, libros como Judíos, moros y cristianos de C.J. Cela… La biblioteca del Escolasticado estaba suficientemente abastecida y seguía creciendo.


En todo esto importaba el contenido, ciertamente, pero más la necesidad de que aquella juventud elaborara su pensamiento personal al “calcar”, con desenfadado y alegre sentido crítico, tales modelos de pensamiento formulado con rigor y con pretensiones de universalidad.
La Regla habría de observarse. Ciertamente su estructura metálica mantenía un colosal edificio ya de siglos, el Instituto. Era una garantía. Respetable como esqueleto de una estupenda arquitectura.
Lo mejor era, indudablemente, cumplirla con sentido, darle aliento de vida, encontrar su razón y recrearse en ella al cumplirla. Cerrar las puerta de la casa sin ruido, era, por ejemplo, una de sus prescripciones (tomada, por otra parte de la Regla de San Benito). No se habría de desdeñar. Se podría considerar una minucia y una intrascendencia de quedarse con la mera letra. No lo sería de saber y recrearse con su razón interior de respeto al silencio sagrado propio del templo de la santidad y la sabiduría de la morada en que viven hombres entregados a Dios, a sus sagradas Escrituras y los sagrados misterios de la Cultura.  
La verdad es que nunca tuve la preocupación de cambiar nada por el hecho de cambiar. Progresar, sí, en el sentido de la mejor tradición lasallana, la que había comprobado que era de oro en el gran maestro que fue para los Hermanos españoles el H. Claudio Gabriel, Orizana, y en el no menos cerebro, el H. Guillermo Félix, asistente del Superior General, que frecuenté particularmente en Roma. En aquellos años empezó el Concilio Vaticano II. Estuvimos atentos a su dirección, poco más cabía hacer en aquellos sus inicios.
Yo, como apasionado maestro lasallano, me hacía alumno con mis alumnos y así me recreaba con ellos en la misión educadora que teníamos, ellos y yo, como personal y colectivo horizonte, me entusiasmaba con su tarea que era y hacía mía, trataba de que dominaran las distintas didácticas de las materias que habrían de impartir, de que cargaran de sentido bíblico la propia vida, de que aspiraran a determinado estilo intelectual, de que lo mejor de la literatura y del arte no les fuera ajeno y saltaran a su entraña, de que supieran explicarse, sobre todo por escrito… La misión de educadores a la que se preparaban, sin merma de la ciencia, precisaba en mi mente de humanistas jóvenes, para su propio bien y el de su Escuela Lasaliana. Habrían de ser cultos, tender a la excelencia en el pensamiento, no importarles el esfuerzo…
2.      AFDA, revista del Escolasticado
El 16 de abril de 1963, la revista AFDA tenía un año, y el Hermano Andrés Hibernón, exprovincial de bien merecido recuerdo y santo varón de Dios, que la leía con interés y nos mandaba por carta sus alientos y comentarios, escribía: “Escribir bien es como el resumen de todo el saber del hombre”.
Efectivamente, como coronación de los estudios propios de la Escuela de Magisterio y como plataforma de lanzamiento hacia una deseada excelencia intelectual creamos AFDA al inicio del curso 1961-1962. Entonces empezó como revista oral. En marzo de 1962 pasó a ser revista escrita, ciclostilada, impresa en los talleres del H. Julio Peralta, profesor de física, formato folio, cabeceros impresos, cubierta en color.
En el pregón del primer número se decía: “Con este número 1, AFDA deja la media voz con la que estaba hablando en el Escolasticado y se pone a hablar desde el Escolasticado. AFDA no tenía ninguna necesidad de meterse en aventuras  semejantes, pero hete aquí que se ha metido, sin más justificación a mano que aquellas que esgrimen las revistas del día. Esto ha ocurrido y ocurre por las buenas, sencillamente. Ni más  ni menos que al pollito se le enmudece un buen día  el pío pío incesante y rompe en un kikiriquí que toca a batalla por encima de las bardas del corral. (…) No alcanzará más allá -tampoco a poco menos- el brazo de su propósito. Para realizarlo, ahora que se echa a escribir, AFDA sabe muy bien dónde están sus cojeras: la juventud de sus redactores =debilidad e idealismo. Pero, si Dios ayuda, le valdrá aquello que el Caballero del Bosque decía a Don Quijote: “Amanecerá Dios y medraremos”. (…) Terminaba el guión: “Ahora se echa a andar, insegura. Dios quiera que, al filo de su amanecer, le salga al paso el Cantar a decirle: “Ixíe el sol, Dios, qué fermoso apuntaba”.
Los contenidos de la revista AFDA eran los que nos parecían propios de nuestra Escuela de Magisterio. El cuerpo de la revista lo ocupaban casi del todo los temas didácticos concretos: metodología de la declamación, el dibujo en la catequesis, el cuaderno de religión, las primeras escuelas de magisterio... AFDA adelantó en primicia y síntesis lo que pronto sería el Método Redacta de composición escrita, único en España y en Europa, graduado de 6 a 16 años... Temas de pensamiento, crónicas de la Escuela, versos primorosos de poetas en germen, correspondencia con maestros noveles, afderías a la manera de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, entrevistas varias, entre ellas a testigos de la persecución religiosa última (en los patios de nuestra misma Escuela se había fusilado a once maestros del corte nuestro. Sus sepulcros los visitábamos semanalmente).
Hubo otra revista oral contemporánea de AFDA. Se llamó ALEN. La llevaba el curso superior. Quedó absorbida al hacerse aquella escrita.
CARLOS URDIALES RECIO
Maestro. Ciencias religiosas. Univ. Lateranensis
 

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