La Educación en Canadá (II)
Calgary es una ciudad de un millón
largo de habitantes dentro de la provincia de Alberta. Mi provincia se ha
colado en estas últimas semanas en los telediarios españoles por los
gigantescos incendios en la zona de Fort MacMurray, a 1.000 kilómetros de casa.
En Calgary estudian mis tres hijos, en el River Valley School. Comentaba en el
artículo anterior que cantan el himno nacional al entrar en clase o que en
invierno los padres tenemos que ir en calcetines por los pasillos del colegio.
Sigo contando lindezas:
Desde que vinimos en Navidad ya he
ido varias veces al colegio a ver actuar a mis hijos. Teatro en inglés de
Jimena, en francés de Rodrigo y Jimena… Los profesores lo preparan todo sin
tanta presión como la que yo he visto en España. Preparan a los alumnos
sabiendo que normalmente todo saldrá bien, pero que las equivocaciones también
se dan en los colegios. Los profesores saben que los padres son comprensivos y,
a su vez, los padres confían en el trabajo que están haciendo los profesores
día a día. Me da la impresión de que el profesor, en estas representaciones, no
se siente examinado por los padres. Todo, finalmente, es algo más natural que
en los colegios de España.
Esta mañana fui a ver la obra de
teatro en la que participaba mi hijo Rodrigo. En francés, que es el segundo
idioma que tienen los de 4º grado. Obra representada en una clase adecentada
convenientemente para el momento pero sin exageraciones. La clase tenía lo que
tiene que tener una clase. No la habían transformado en algo distinto. El hecho
es que la obra duró un cuarto de hora y todo salió bien. Al acabar, la
profesora pidió a los padres que nos pusiéramos de pie y entonces cantamos el
himno de Canadá en… ¡francés! Y todavía al acabar puso en un círculo a padres e
hijos y cantamos una última canción sobre el cuerpo humano llena de gestos. Pese
a los minutos de añadidura, nadie estaba apurado por la hora (en Calgary la
gente no va con prisas) aunque algunos padres tuvieran que volver a trabajar. Y
todo ese sosiego de no tener prisa, de hacer tu trabajo como profesor sabiendo
que los padres están de tu lado (aquí no se plantea otra cosa), de trabajar con
alumnos que respetan a su profesor… se traduce en que los alumnos hicieron una
buena representación y de que finalmente han aprendido mucho francés en poco
tiempo. Mi hijo ha podido avanzar mucho más en francés porque la profesora no
se desgasta mandando callar a sus alumnos, porque no tiene conflictos con los
padres (raro sería aquí en Canadá) y porque apenas tiene que emplear tiempo en
rellenar documentos y documentos de notas, actas y otro tipo de maravillas
burocráticas de las que gozamos en España. La profesora tiene un único
cometido: que, en este caso, sus chicos de 4º aprendan francés. Y lo hace con
alegría, con responsabilidad y con criterio porque, entre otras cosas, no tiene
otros asuntos de los que ocuparse.
Recojo a mis hijos por turnos:
primero a Mencía a las 15:15, luego a los otros dos a las 15:30 en otro
edificio. En el edificio de los pequeños, al salir, la secretaria tiene siempre
sobre su mesa varias tiras de pegatinas y los niños se acercan a coger una. Una
por alumno. Y se van tan contentos. El coger la pegatina y pegarla sobre la
mano o en la mochila pone fin a la jornada escolar. Es una buena manera (y muy
barata para el colegio) de acabar el día.
JORGE URDIALES YUSTE
Doctor en periodismo. Profesor
Especialista en Miguel Delibes
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