Calgary |
La Educación en Canadá
(I)
(I)
De Calgary (Canadá) a Madrid hay 7.800 y pico kilómetros de
distancia en línea recta. Mucho trecho para que no haya diferencias educativas
entre los dos países. Antes de la Nochebuena de 2015 me vine con la familia a
la zona oeste de Canadá, a Calgary. Mi mujer tiene que trabajar aquí un par de
años y nos hemos venido todos con ella. Mis hijos, de 11, 9 y 3 años van a un
colegio en el que todo se da en inglés. Lo del francés queda para la zona este
del país.
No quiero ni puedo hacer en este artículo una comparativa
general entre el sistema educativo canadiense y el español. Lo que sí que
quiero y puedo contar es cómo funciona el River Valley School, el colegio al que
ahora van mis tres hijos. Intuyo que gran parte de lo que he visto es
extrapolable al resto de colegios canadienses. Voy a contar realidades
objetivas, omitiendo mis impresiones subjetivas (que las tengo) sobre lo que me
parece mejor y peor del sistema educativo canadiense. Por lo tanto, no serán
estas líneas un ensayo sino simplemente un ramillete de realidades cotidianas
con las que se han encontrado mis hijos en su nuevo colegio.
Jimena y Rodrigo
a la entrada de su colegio canadiense.
En enero entran casi de noche
y a varios grados bajo cero.
|
El River Valley se divide en dos edificios separados entre sí
unos 500 metros. En uno tengo a los mayores, Jimena y Rodrigo, 11 y 9 años. En
el otro a Mencía, 3 años. Los mayores comienzan a las 8:30, la pequeña a las
8:45. Tanto en uno como en otro, comienzan la jornada escolar con el himno de
Canadá. Al avisar por megafonía que va a sonar el himno, se ponen todos de pie,
quietos y lo cantan con el salero que tienen los canadienses (en voz baja).
Jimena y Rodrigo entran solos a su clase. Los padres de la clase de Mencía (3
años) acompañamos a nuestros hijos hasta la misma puerta de la clase. Y todos
los días durante el invierno (mientras la nieve dure), nos descalzamos a la
puerta del colegio y andamos en calcetines por los pasillos del centro. En
Calgary la nieve suele llegar en noviembre y no se va hasta marzo/abril, así que
dejar los zapatos a la entrada del cole evita que las nieves y los barros de la
calle ensucien los lugares por los que luego van a estar nuestros hijos. El
primer día me resultó muy gracioso andar en calcetines y ver a todos los padres
de la misma guisa. Rellenar con mi mujer los últimos papeles de la inscripción
en el despacho del director estando los tres en calcetines me resultó cómico.
Mencía a la entrada de su colegio. |
Las clases de Jimena y Rodrigo, los mayores, son amplias, con
cuatro paredes y una puerta. Muy amplias para ser 14-15 alumnos por clase. La
de Mencía, también grande, se divide en distintos espacios, muchos más de los
que se van creando en las clases de Infantil españolas. Zona de lectura, para
pintar, para jugar con arena, para dormir, para ver una película, para construir
con piezas de Lego… Por la mañana, en cuanto vienen a clase los primeros dos o
tres niños, la profesora se pone en el extremo de una gran alfombra y los niños
se van sentando en círculo a su alrededor, como Cristo entre los apóstoles.
La dinámica de la clase de los mayores es un puro juego. “En
España era todo con el libro y ejercicios y aquí todo es un juego”, me dice
Jimena. Lo cierto es que las clases resultan más entretenidas, pero también es
verdad que aquí el profesor no tiene que imponer apenas la disciplina. Los
niños vienen disciplinados de casa y de la sociedad en general y, solventado el
problema de la disciplina, el profesor se puede dedicar a enseñar originalmente
su materia sin miedo a que se revolucionen los chicos.
Parte de la
clase de Mencía con sus distintos espacios.
|
Mi vocación de profesor me anima a comentar mis impresiones
sobre todo lo que estoy viendo, pero eso os dejo a vosotros, que sois casi
todos sabios pedagogos con más recorrido que yo.
Continuará…
JORGE URDIALES YUSTE
Doctor en periodismo. Profesor
Especialista en Miguel Delibes
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Envíanos tus comentarios