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20171031

65. AFDA

ÍNDICE PRINCIPAL
 
Pregón: Nuestro relevante entusiasmo
Nuestra Escuela de vanguardia: Punto uno del Ideario de nuestra Escuela. CUR
Nuestra Escuela se sumerge en la Biblia: Rut, la mejor espigadera (II). Zereutes
Escuela de ayer, de hoy y de mañana. CUR
Dios es amor: El primer milagro. La Creación inicial. E. Malvido
Cela, una novela cada mes: Cristo versus Arizona. Á. Hdez.
Nuestra escuela recita: Los cuentos del abuelo. Á.H.
Manos amigas: Diego Coca. Palabras en el funeral. Soneto desde el sentimiento. Á.H.
Poetas: Dios o la Naturaleza. Un momento eterno idealizado. A.Montero
Rincón de Apuleyo: Fiesta de la Hispanidad. Vuelo de vuelta a las mariposas de la infancia.
Educación física: La defensa del equilibrio. F. Sáez
 
 
 
NUESTRO
        RELEVANTE ENTUSIASMO


En el entusiasmo de que hacemos gala desde nuestra juventud –lo fuimos derrochando a izquierda y derecha, camino adelante por la vida-, hoy, nos vamos quedando solos.
Es lamentable, pero en nuestros días muy diversos grupos humanos, empresas educativas enteras, la sociedad en su conjunto, la Patria España, la Europa cristiana, el redondo mundo y hasta la misma Iglesia Santa de Dios están faltos del pulso, se les ve mermados de entusiasmo.

El entusiasmo fue un endiosamiento para los griegos clásicos, un tener a los dioses dentro de sí; entre cristianos, un divino aliento interior del Espíritu que les habitaba y que les hacía marchar hacia generosos empeños y misiones. La misma etimología de la palabra lo indicaba: en y theos, en Dios, endiosamiento.
Endiosados andamos.
Y no es por una determinada voluntad nuestra que se crea en nosotros el alto entusiasmo que nos mueve. La fuente y raíz última de nuestro entusiasmo no hay que ir a localizarla en nuestra particular voluntad. Hay que buscarla más arriba, fuera de nosotros, en el Señor al que servimos, en el tesoro de Patria que nos vio nacer y profesamos, en la Escuela a la que dedicamos nuestra vida, en la familia que somos…. Estos valores tiran de nosotros hacia arriba, nos fascinaron, fascinan y nos suscitan el apasionamiento.
La pasión enciende nuestro entusiasmo. Es hoguera que prende por obra y gracia del dedo de Dios que nos tocó y de los valores encendidos que nos transmitió su contacto: la familia, los amigos, la Patria España, la Cultura española y europea, la Escuela de nuestros amores, la Iglesia Romana, Cristo.
Esto nos mueve hoy. Por completo, como personas y grupo, y en parcelas pequeñas, en gestos como el blog AFDA.
La vida es como el agua, ha de correr monte abajo hacia la mar o de alguna otra manera. Si para el entusiasmo de su carrera y se estanca, se corrompe. Por eso hoy, entrados en años, no paramos. Nos parará la muerte y ni eso.  

A nuestro entusiasmo le va bien el calificativo de relevante.


RUT, LA MEJOR ESPIGADERA (ii)
 

 Por aquel tiempo escribe Cohelet en un libro de dichos, el Eclesiastés: Mejor dos que uno sólo. Si a uno solo lo pueden, dos juntos, resistirán: la cuerda de tres hilos no se rompe fácilmente. (4,9-13)
 
Noemí vuelve a su tierra, pero no vuelve sola, la acompaña Rut, su nuera.
 
Belén se estremece con el regreso de Noemí, la dulce. Ella vuelve diciendo que no la llamen Noemí, Dulce, que la llamen Mará, Amargura, porque el Todopoderoso la ha llenado de amargura. Noemí piensa que cuanto la ocurre es obra de Dios, a quien ama y se somete, de quien besa cariñosa la mano que le tiende y en profunda adoración hasta la sagrada huella de sus plantas en el suelo que pisará Dios. 
¿Qué harán estas dos viudas para sobrevivir? Rut es una extrajera. Ha empezado en Belén la siega de la cebada. Los hombres están en el campo. Con hoces y hocinos cortan rápidos la mies, que amontonan en gavillas y éstas, en haces. Algunas espigas se quedan siempre sobre los surcos. Las recogen las mujeres que siguen a los segadores. Todo quedará en casa del amo. Pero la Ley permite que no sólo espiguen las criadas del dueño del campo, sino que huérfanos, emigrantes y viudas lo hagan en beneficio propio. (Dt 24,19).
 
Al romper el día, en cuanto hay luz suficiente, ya están los segadores aplicados a su labor. Hay que aprovechar las horas en que el sol no abrasa. Rut no ha sido menos madrugadora. Sigue a los segadores. Lo que ahora recoge son espigas de cebada.
Rut, la moabita,  de educación oriental, es de finos modales, su cortesía es suma. Es muy respetuosa. Pide permiso a Noemí para ir a espigar: Permíteme que vaya. Pide  también permiso al dueño del campo en el que piensa entrar a espigar. Es un encanto de mujer. Sus encantos abren las puertas a las que llama.
Dios, el Dios de Noemí, ha hecho que venga a parar a los campos de un pariente, un primo de Elimelec. Este pariente es rico, es un gran señor, es un terrateniente de muy buena posición, hombre de buen corazón, persona honrada, campechano… Se llama Boaz.
Ha oído maravillas de Rut en la ciudad de Belén. Se las sabe. No la conoce. Cuando la vea, le va a llamar la atención su belleza. Pregunta a su capataz por su linaje, como se hace en los pueblos: ¿De quién es esa muchacha?
Antes, al llegar al campo, ha saludado Boaz a sus segadores, con un saludo muy bíblico: ¡A la paz de Dios! Es un saludo que huele a perfume, a trato cordial con los demás y a incienso que sube al Cielo. Boaz es muy buena persona.
Le ofrece a Rut toda clase de facilidades. Le dice que si tiene sed, que vaya a beber a los cántaros de sus criados. Nadie la molestará. Ha dado él esta orden. Cuando llega la hora de la comida, Boaz le hace un sitio a Rut entre sus trabajadores. Rut está abrumada con tanto favor. Repetidamente se inclina reverente ante Boaz, su reverencia, muy cortés, es casi religiosa. Rut es una joven agradecida y de modales exquisitos.
 Boaz ha dado orden a los segadores que van delante de Rut de que dejen a propósito caer algunas espigas, al descuido, que ella podrá recoger. Rut no pierde el tiempo. A la caída de la tarde lleva recogido más del doble de lo que podía haber imaginado, un efá.  Lo trilla a mano. Separa la paja del grano. Llena de cebada un  talego de unos veinte kilos, que coloca sobre su cabeza y a ratos a la cadera, con los que vuelve feliz  contenta a casa de Noemí, su suegra.
Noemí le pregunta y Rut le cuenta con detalle las peripecias del día, lo bien que le ha ido con el dueño del campo de cebada, con las mujeres y con los segadores.  Es para alabar a Dios, dice Noemí. Es para alabar a Dios, dice Rut. Se deshace Rut en lenguas con el dueño. Le dice que se llama Boaz. Noemí se alegra sobre manera al oír este nombre, pues es el de un primo de su difunto marido. Rut está feliz también porque le permiten seguir espigando hasta que acabe la siega de la cebada y del trigo. Habrá pan en casa para las dos. De sobra. 
Una noche -ya ha terminado la siega y se está trillando la mies en las eras- Rut duerme al raso, en la era, junto a Boaz. El misterio de la noche, la luna llena, el descanso de la jornada de trabajo hace que Boaz y Rut, se hablen con toda verdad y se lleguen a decir lo que uno siente por el otro. A Boaz, que empezó a enamorarse de Rut desde el primer día que la vio en sus tierras de labor, de espigadora, y ve en ella una mujer virtuosa, le encantaría tenerla por mujer. Rut, que ha visto con qué cariño la viene protegiendo, le da a entender que está dispuesta a casarse con él. Le prefiere a los jóvenes apuestos que los hay en Belén. Boaz es mayor que ella, no le importa. La ley de Israel, por otra parte, prefiere en su caso de viuda un pariente. Este matrimonio entre Rut y Boaz, por otra parte, hará feliz a Noemí, su suegra. 
 
En uno de los lugares más importantes de Belén, la puerta más hermosa de la muralla que rodeaba la ciudad, se decide la boda de Rut y Boaz. Asiste mucha gente del pueblo, parientes, amigos y conocidos. Presiden el momento una docena de ancianos de solemne barba bíblica, son el tribunal de justicia, hacen de testigos.
 
La gente estaba loca de contenta y no hacían más que pensar y decir a voz en grito: ¡Hosanna!,¡el Señor bendiga a la novia!,¡vivan los novios!, ¡que el Cielo haga a nuestra Rut la moabita tan grande como a Raquel y Lía, mujeres fuertes de Israel! ¡que la casa de Boaz sea como la de Judá por la descendencia que le dé a Boaz esta joven!
 
La gente decía más de lo que pensaba. Ni lo podía imaginar. El hijo de Rut y Boaz, Obel, sería el abuelo del rey David. Y de David nacería Jesús, en Belén, unos siglos después. Otra vez se oiría el hosanna de esta ocasión, cuando se aclamó a su entrada triunfal en Jerusalén a un descendiente de Rut, la moabita, a nuestro Señor Jesucristo: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, hosanna al Hijo de David!
QerhuteV
Ancien élève de Évode Beaucamp 
y de Francesco Spadafora



  


Escuela de ayer
Recuerdo de la presencia de Dios
“Acordémonos
de que estamos en la santa presencia de Dios…”
Cada media hora en la Escuela de la Salle.
 
Escuela de hoy
Para nada se recuerda la presencia de Dios.
Quizá hoy en la Escuela ni hay crucifijo,
ventana al cosmos que dilate y esponje el horizonte.
No obstante, sin duda alguno de sus detalles decorativos la asoman al Misterio.
 
Escuela del mañana


A la Escuela de mañana le va la sentencia de Karl Rahner:
“El cristiano de mañana será místico o no será cristiano”.

CUR




 

EL 1er. MILAGRO DEL DIOS AMOR

LA CREACIÓN INICIAL
 
¿Hasta dónde pueden llegar las ciencias en su estudio del hecho evolutivo del mundo?
Los expertos de las diferentes ciencias (biología, física, química, paleontología, geología, historia…) coinciden en la afirmación del fenómeno evolutivo tanto a escala microscópica como a escala macroscópica. Ya la mención de los términos “microscópico” y “macroscópico” nos está diciendo que la tecnología ha contribuido en gran medida al avance de las ciencias en la observación y verificación de sus respectivos datos evolutivos.
Gracias a las ciencias y a la tecnología, nuestras coordenadas espacio-temporales sobre el origen y el desarrollo de la vida se han agrandado inconmensurablemente. Además, gracias a las ciencias y a la tecnología, la humanidad —en general— se está enseñoreando de la naturaleza y disfrutando de ella como nunca lo había hecho en épocas anteriores.
Sí, es verdad: los seres humanos, gracias a los logros de los científicos, llegamos hasta la gran explosión de energía que se produjo hace millones y millones de años (el “big bang”), e imaginamos el punto incandescente del origen de la vida. Pero ningún científico en cuanto científico puede ir más allá de ese primigenio brote de luz. Hoy día la posibilidad de que el único Autor de aquel primer estallido de energía cósmica sea un Dios trascendente al universo donde los humanos habitamos en un minúsculo planeta  no provoca una sonrisita de incredulidad y de menosprecio en las familias de los científicos, sino que suscita más bien respeto y reflexión.
Mientras se avanza vertiginosamente en el conocimiento de la naturaleza, el interés y las ganas por saber si es Dios el lanzador del primer átomo incandescente crecen en nosotros, los seres humanos, seamos científicos o no, emparentados como estamos con  aquella incontenible hoguera de luz.
–“¿Qué es esa materia universal? ¿Qué fue aquello que hizo explosión hace miles de millones de años? ¿De dónde viene?
–Ese es el gran enigma.
–Pero es algo que nos atañe en lo más profundo. Porque nosotros mismos somos de esa materia. Somos una chispa de la gran hoguera que se encendió hace muchos miles de millones de años” (J. Gaarder, El mundo de Sofía, último capítulo: “La gran explosión…También nosotros somos polvo de las estrellas”)

 
¿Hasta dónde puede llegar la filosofía en sus explicaciones sobre el origen del mundo?
La filosofía se caracteriza por esforzarse hasta el extremo por conocer especulativamente la realidad de la vida.
Las ideas que el ser humano encuentra en su inteligencia representan para Platón la auténtica y perfecta realidad frente a los individuos “materiales” que observamos en nuestro mundo. Según Platón, el mundo existe desde siempre como “caos” y ha sido no Dios, sino un “demiurgo” (=un semidiós) el que lo ha ordenado (=cosmos). Dios ni ha intervenido en el ordenamiento del universo ni interviene para nada en el gobierno del mismo. Cuando el ser humano —compuesto de alma y cuerpo— muere, el alma se libera de la cárcel del cuerpo y retorna a su patria original, a la vida pre-existente de las ideas

La filosofía de Platón se abre a “lo divino” cuya cima se halla ocupada por el Bien, el Motor inmóvil, la Causa incausada… a partir de la cual se extiende jerárquicamente montaña abajo a otras realidades divinas: las Ideas de Vida, Verdad, Belleza…; el demiurgo; el alma universal; el alma humana; las realidades sensibles, sombras de las ideas correspondientes de vegetales, animales, humanos… “Lo divino” de Platón impregna todas las realidades “ideales” y “materiales” de la Vida, pero a costa de un Dios nada trascendente e impersonal.
Aristóteles es el primero en mirar a Dios como el  Ser que existe necesariamente y que por esto mismo trasciende a todas las otras realidades contingentes (=que podían no existir). En el plano de los seres contingentes, Aristóteles distingue la “forma” y la “materia” como dos co-principios constitutivos de todos los entes vivos. La “forma” aristotélica evoca a su manera la “idea” de Platón (ej. “caballo” en general). La “materia” de Aristóteles, por su lado, se diferencia de la “materia” de Platón en que la “materia” aristotélica es un co-principio metafísico necesario, puesto que interviene en la individuación de la “idea” de Platón (ej. “este caballo”). No obstante la alta valoración que Aristóteles concede a lo corpóreo frente a Platón, hoy día son muchos los antropólogos que rechazan la teoría “hilemórfica” (“materia-forma”) de Aristóteles sobre la unión alma-cuerpo en un solo sujeto humano, porque advierten en dicha teoría una prioridad metafísica y una superioridad de funciones del alma respecto del cuerpo humano.
Aristóteles, con unos conocimientos físicos precientíficos, se interesó en el estudio de los cambios en la naturaleza. Sobre el mundo en su conjunto, en cambio, no se percató de ninguna evolución y afirmaba con rotundidad que el cosmos era estático, inmóvil e inmutable. Al igual que Platón, Aristóteles concibe el universo existente de alguna manera desde siempre. Es clásica la afirmación de A. D. Sertillanges: “Podrá ser sorprendente, pero es un hecho que solo en el cristianismo se desarrolló plenamente la noción de creación, a diferencia de todos los sistemas antiguos, aun los más profundos y elevados, en los que subsistía un dualismo metafísico irreductible” (El cristiano y las filosofías). Nos dice el gran metafísico griego que la actividad de Dios se centra en pensarse a Sí mismo. Aristóteles lo denomina “el Pensamiento del Pensamiento”. El Dios de Aristóteles no se “relaciona” con los “otros” seres, tampoco con los humanos, seres dotados de inteligencia. El Dios aristotélico gana en trascendencia, pero pierde en cercanía, comparándolo con el Dios de Platón.
 
A Dios Creador a través de su Amor altruista
Hemos visto que los filósofos de la antigüedad buscan y “encuentran” a Dios por la vía del conocimiento. Recordemos cómo Aristóteles llama a Dios: “El Pensamiento del Pensamiento”. Creen que el conocer es la capacidad humana que más nos aproxima a la divinidad. En correspondencia con el Dios que se piensa a Sí mismo, el prototipo humano resulta ser para los griegos el hombre “sabio”. El ser humano que cultivando las ideas alcanza la sabiduría sabrá comportarse con rectitud en la vida práctica. El hombre sabio será el ciudadano honesto en lo personal y en lo social. El paso del conocer y del conocerse a sí mismo al actuar a título personal y cívico es considerado por los filósofos clásicos como un paso natural. Cuentan equivocadamente con que los sentimientos y las voluntades traducirán en realidad los altos pensamientos humanos.
Los cristianos, en cambio, hablamos de Dios a partir de las intervenciones divinas en la historia de la salvación. Nuestro Dios se nos revela más como el Dios Actuante que como el Dios Pensante. Los primeros cristianos, así empezó el cristianismo, confesaron que solamente Dios llevó a cabo la resurrección transformadora del cuerpo y alma de Jesús, el Crucificado. La Pascua cristiana es la celebración no de un evento histórico, como la liberación de los hebreos de la dominación egipcia, atribuible a Dios y a otras causas, sino la conmemoración de un acontecimiento metahistórico, como la victoria definitiva de Jesucristo en cuerpo y alma sobre la muerte, acontecimiento cuya autoría no es atribuible más que solamente a Dios.
Los cristianos retrollevaron posteriormente el actuar milagroso de Dios en la resucitación de Jesucristo al comienzo del universo. La creación del mundo es el primer milagro debido también, como en la resurrección-exaltación de Jesús en cuerpo y alma, a la intervención en solitario de Dios. La teología ha compuesto una frase que expresa precisamente que Dios es el único Autor del origen del mundo: “creatio ex nihilo”, “creación desde la nada”. Esta “creación inicial”=“creatio ex nihilo” es distinta de la “creación continua”, la propiamente evolutiva, en la que interactúan libremente Dios y las creaturas, por lo cual no es posible diferenciar lo que pertenece a Dios y lo que corresponde a las creaturas vivas. De esta creación continua hablaremos en el caso de la vida pública y de la muerte de Jesús.
Volvamos a la creación “ex nihilo” y preguntémonos: ¿Por qué Dios llevó a cabo la creación inicial? Del conocimiento de la naturaleza de la divinidad, consistente en que existe necesariamente, no se deduce la creación de seres contingentes por parte de Dios. Únicamente a la luz de un Dios capaz de amar a los radicalmente “otros”, a los que no existen por sí mismos, puede entenderse algo del misterio de la creación del universo desde la nada de su no existencia. Todos los creyentes cristianos afirmamos que Dios nos ha creado no  obligado por su Ser natural, sino movido altruistamente por su amor a los seres humanos para hacernos partícipes de su felicidad.
EDUARDO MALVIDO
Maestro, catequista, teólogo
Cristo versus Arizona 
 

En “San Camilo 1936” la muerte se hace presente por el enfrentamiento cainita entre españoles. “Mazurca para dos muertos” se encierra en un paréntesis entre una muerte y su venganza; “Cristo versus Arizona” nace sobre el recuerdo de un enfrentamiento que acabó, inevitablemente, en matanza.  Ocurrió en O.K. Corral, en la ciudad de Tombston, Arizona, el 26 de octubre de 1881. Un tiroteo entre familias rivales, por supuesto robo de ganado, y tres víctimas, las tres del mismo lado: Billy Clanton y los hermanos McLaury. El duelo, que se hizo legendario y ha servido de inspiración a escritores y cineastas, sirvió a Cela para enmarcar esta novela, editada por Seix Barral en 1988. En contadas ocasiones, para ser exactos sólo en cinco a lo largo de la obra, hace el autor referencia directa al suceso. Pero la ciudad donde éste tuvo lugar –Tombston, Tomistón en la novela- se convirtió, en el relato de ficción, en semillero propicio para el desarrollo y manifestación de los instintos más primarios y salvajes, vicio y depravación, extrapolable a cualquier tiempo y lugar.  


La elección del escenario es circunstancial. Cristo va hacia Arizona, no contra Arizona, como parece indicar el título. Aunque el nexo adversativo pueda inducir a confusión, la referencia es clara: Cristo no necesita ir contra Arizona ni contra nadie, lo que hace es dirigirse hacia los malvados y tratar de salvarlos.



La muerte, decíamos, elemento siempre presente en la narrativa celiana, salpica muchas de las páginas de esta novela. Cela entendía la vida como un amargo camino en espiral que conduce a la muerte, un incansable caminar hacia la muerte a pasos isócronos y consciente o inconscientemente deliberados, y la literatura como la proyección de esa espiral. Las referencias son constantes. Traemos algunas: Todos hemos de morir algún día, eso es bien cierto, lo que no se sabe es la postura. Cada cual muere cuando le  toca y ni antes ni después, nadie vive ni un minuto más. Se desconoce el misterio que rodea la muerte: La vida es siempre un misterio y la muerte aún más, ningún muerto volvió nunca del otro mundo  para explicarnos lo que pasa; y se reconoce que solo a Dios corresponde conceder la vida o decidir la muerte: Cristo no calza espuelas pero manda la muerte.



En sintonía con la filosofía manriqueña -peor que la muerte es el olvido-, no hay más muertos que los olvidados, pero el Dios de los cristianos no es tan duro como los cristianos y dispone las cosas de forma que alguien llore siempre a los muertos al menos un instante. Sólo los pobres –con los que Dios parece menos misericorde- suelen morir olvidados y se quedan con los ojos abiertos casi siempre.



A lo largo de la novela nos encontramos con cadáveres, entierros, suicidios… incluso con un personaje, la bisabuela de Bonifatius Branson, a la espera de una próxima reencarnación. En Tomistón, que –aclara Cela- no significa tumba de piedra, sino piedra de tumba, lápida mortuoria- se vive al lado de la muerte y  se presume de saber matar y también de saber morir. Tomistón es un pueblo demasiado duro para morir y lo mejor es morirse pronto. La sed de venganza por una muerte parece no poder saciarse sino con otra muerte,  el  precio  de  la  vida  es  la  vida  y  nadie escapa a la ley. Pero aunque esa venganza es posible, pues en la vida se presentan muchas ocasiones de segar la vida a los demás, convendría tener presente que Dios perdona casi todas las muertes.



Tomistón se nos presenta como un nido de vicio y depravación, en el que la espiritualidad o la virtud, si en algún caso aparecen, resultan excepcionales. Ciertamente, el análisis de la temática que se desarrolla a lo largo de la obra arroja un balance claramente escorado hacia la vertiente más sórdida y negativa de la condición humana: agresión del hombre hacia el hombre y de la naturaleza hacia la propia naturaleza, donde la depredación va más allá de lo que la supervivencia exige, donde el hombre es una alimaña más, seguramente la más dañina, de cuantas van apareciendo en el relato, y que llega a su máxima depravación en el canibalismo, si bien habrá que entender la decisión del chino Su de cocinar los cadáveres, como una humorada más de don Camilo; violencia desatada, en todas sus formas: insultos, amenazas, coacción, maldiciones, actitudes machistas, agresiones, peleas, abusos sexuales, derecho de pernada sobre las criadas, violación (de la holandesa Brigitte por Stefano, de Vicky por Ben Abbott…), venganzas, ejecuciones, ahorcamientos, empalamiento (de Teodulfo  Zapata, el  practicante), castración…


Violencia que en muchos casos, como en el maltrato y abuso de menores o de disminuidos, o en la burla hacia los difuntos: hay muertos que dan risa, es signo manifiesto de cobardía; zafiedad y grosería, manifiestos no sólo  en   la  expresión  gruesa y soez, sino en la fetidez, presente a cada paso, o en las digresiones escatológicas, que llegan al extremo de la coprofagia (la india María obligando al negrito Andrew a ingerir su propio excremento); vicios alimentados –cuando no exhibidos- sin ningún tipo de control: alcoholismo, con personajes permanentemente ‘ajumados’; promiscuidad e incontinencia sexual, con deslealtad e infidelidades y hasta con episodios de sadomasoquismo, bestialismo y otras formas de desviación o incluso de aberración sexual; actitudes racistas y xenófobas, declaraciones y actuaciones claramente irreverentes y en las que el clero no sale precisamente bien parado…

La relación es extensa y seguramente incompleta. Pero suficiente para corroborar lo que decíamos. El propósito de Cela –a la vista está- fue el de recoger, en una fosa común, las perversidades de que el ser humano es capaz, y enfrentarlas al lector con la esperanza de que se obre en este una beneficiosa catarsis. O quizás no fuera este el propósito, ni siquiera la denuncia, sino plasmar en un lienzo, negro sobre blanco, con plasticidad  de maestro, las miserias humanas.

Resulta sorprendente que, en medio de este paisaje de desolación, el lector tropiece de cuando en vez con reflexiones de tono moralizante, las menos, o con referencias a la religión y a elementos muy concretos de las creencias y manifestaciones religiosas: la oración, el sacramento de la penitencia, el catecismo, los evangelios o, más concretamente aún, a los pecados capitales, las obras de misericordia, las virtudes teologales, el misterio de la Trinidad, la señal de la cruz, bendiciones, latines, jaculatorias… y reiteradas alusiones al cielo y al infierno, al juicio final, aparte de claras y respetuosas consideraciones sobre la persona de Cristo y su incuestionada divinidad. Como contrapunto, bastante débil. Y en el contexto, pinceladas poco acordes con el aspecto general del cuadro.

Otro ingrediente que difícilmente  pude faltar en la narrativa de Cela es el elemento exotérico. También en “Cristo versus Arizona” se recogen tradiciones, supersticiones, hechiceros, sanadoras o curanderos (como el indio Balbina), que recitan ensalmos y preparan pócimas secretas. Tampoco falta la mujer endemoniada (Elvira Mimbre), que mantiene trato carnal con  Belcebú y a quien la madre del demonio no dudó en denunciar de abrirle a su hijo la curiosidad por el pecado de la carne.

Por lo que se refiere a los personajes, más de 600 se hacen presentes en la obra, y de ellos sólo una sexta parte, aproximadamente, son mujeres, algo no habitual en la novelística celiana. Sin embargo, se aprecia mayor detenimiento en la descripción de caracteres, actitudes y actuaciones de los personajes femeninos que de los varones. Una interminable sucesión de hechos y personajes distintos se entrelazan en una trama enmarañada en la que el lector, al menos en una primera lectura, puede fácilmente perderse. En realidad se trata de un tapiz tejido con deliberada complejidad, en el que muchos de los hilos se repiten, van y vienen, aparecen de golpe, impulsados por una rápida lanzadera, de manera más sistemática de lo que a simple  vista pueda parecer. Se trata, sin duda, de una obra compleja, en apariencia enrevesada y de difícil lectura.

En Wendell Espana, el narrador, reconocemos al propio Cela. Posiblemente esta necesidad de redención sea la que le lleve, al final de este relato de desolación, angustia y vaciedad, de actitudes amorales y aun perversas y de personajes presa de la monotonía, el desamparo o del desencanto, en un mundo de miserias, violencia, primitivismo y  sordidez, a escribir, en su última línea, lo que, más que una disculpa, es un ruego esperanzado: sólo me queda pedir a Dios que los muertos me perdonen. Cela se oculta en esta ocasión detrás de Wendell Espana, narrador omnisciente, que se confiesa hijo de Matilde, uno de los personajes más recurrentes, que difícilmente podrá resultar objetivo, por más que lo pretenda. Wendell no se limita a observar y testificar, sino que permanentemente opina, enjuicia y hace partícipe al lector de sus propias reflexiones, cuando no de sus más íntimas convicciones.

Cuando Cela publica esta novela, está ya de vuelta de casi todo. Cuenta desde hace tiempo con la consideración de la crítica y el respeto de los lectores y ha recibido numerosos galardones literarios  –el  más reciente, y seguramente el  más  prestigioso,  ‘Príncipe  de  Asturias  de   las  Letras’-.  Es  ya  un escritor consagrado, interesado más en su conformidad con cada nueva creación que en el interés que pueda despertar.  No se escribe para ser leído –diría- sino para huir de las tres agujas que amenazan con clavar al hombre como a un insecto sin defensa ni claridad posible: la propia conciencia, la propia voz y el propio destino. En lo que entiende como  ‘una mantenida pelea contra la literatura’, sigue empeñado en innovar, en crecer ‘encarándose con la confusión que habita más allá de los entendimientos mágicos y religiosos de la vida y la muerte’. Como ya ocurriera en obras anteriores, la nómina de personajes es extensísima -algunos la calificarían de desproporcionada- y la fragmentación cada vez mayor. El ritmo, la sucesión de planos, no ya de secuencias, vertiginoso.  Sensación de vértigo propiciada, además, por la inexistencia de pausas. Sólo un punto en todo el texto: el final. Y las comas, a menudo escamoteadas. Al lector le cuesta detenerse, no encuentra apenas respiro dentro de un tobogán desenfrenado. Sólo en una segunda lectura podrá, si lo intenta, zafarse de este rodar endemoniado. Descubrirá entonces que el caos es solo aparente, y que el autor manejó los hilos como quiso y cuando quiso.

Dentro de ese mundo violento, un tanto exótico y de evidente dramatismo, Cela sabe introducir con maestría –seguramente no sería capaz de evitarlo- la oportuna ironía, la hiperbólica caricatura, la extravagancia o la nota humorística. Algunos ejemplos: el abuelo Periwinkle tenía un negro disecado sentadito en su mecedora; Adoro Fog se tumbaba boca abajo y se ponía un poco de miel  en el ano para que las moscas le diesen gusto; el caimán domado por el padre de Wendell y que enguilaba a la madre por encargo de éste, sabía imitar el relincho del caballo, recitar poesías y hablar en español y en inglés; a Darrell Spriggs lo metieron en la cárcel porque disecó a un tonto que apareció muerto en un despoblado; hay quien discurre menos que el músico que se purgaba con sirle de cabrón rebajado con arena, y quien es más borracho que el cochero irlandés que destilaba en el alambique los meados de su señora.

Es interesante considerar la relación entre “Cristo versus Arizona” y otras dos de sus obras: “Mazurca para dos muertos” y “Oficio de tinieblas 5”. La relación con “Oficio de tinieblas 5’ está en la condición de ‘letanía’ de ambas, más evidente en la primera, pero que se deja sentir con claridad en la segunda. A lo largo de toda la obra, personajes y situaciones se repiten, de manera casi literal, en eco permanente y monótono: mi nombre es Wendell, no había más que un árbol para ahorcar, a mi padre lo tiraron al mar, a Pantaleo Clinton no le dieron la soga con que ahorcaron al droguero, Paco Nogales lleva el ojo de cristal envuelto en un pañuelo, mi padre mató al Zurro Millor de una sola topada, la tortuga verde le mordió las partes a Gerard Ospino, Ana Abanda le hizo un calcetín de lana al tabernero Carlow, el caimán hablaba inglés y español, los hijos de Matilde llevaban una flor marcada en el culo, Búfalo Chamberino sometió a Matilda cuando era pequeña, Andy Canelo se quedaba dormido con el pezón de Corinne en la boca, Madame Angeline hipnotizaba las partes al jefe de policía Sam W. Lindo….  Estas y otras muchas expresiones, reiteradas de forma insistente, como golpes de herrero sobre el yunque, acaban resultando familiares.

Y con la misma insistencia y clara  periodicidad –en treinta y seis ocasiones, espaciadas regularmente cada seis o siete páginas, las letanías de Nuestra Señora, la coraza que nos preserva del pecado. Justamente, en la última página, la justificación del autor para dar por terminada la novela: Se me está acabando la letanía y debo poner punto a mi crónica.

Como ocurriera en “Mazurca para dos muertos”, Cela, a través del narrador, se encuentra en contacto con la naturaleza. A nadie sorprendió el conocimiento que demostró tener sobre la flora y  la  fauna de las tierras  gallegas. Sí  llama  la atención  la  profusión  de  nombres  de  plantas  y animales que aparecen en “Cristo versus Arizona”, lo que evidencia, aparte de sus estancias por tierra americana, una concienzuda labor de investigación. Las referencias al apego a la tierra natal, condición instintiva, y a la naturaleza en general, están también presentes: el hombre ama la tierra que lo vio nacer, a veces no es bella pero siempre es suya. La vida nace en la tierra y hay que caminar despacio para que nos entre por los pies. El hombre nace de la tierra y está hecho de tierra, está amasado de tierra…, el hombre es hermano de todos los animales que paren y maman…; de los pájaros, las culebras y los peces, no estoy tan seguro 

ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO
Maestro, doctor en Ciencias de la Educación y estudioso de Cela
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
LOS CUENTOS DEL ABUELO 
 
 
 
Quien se siente maestro, disfruta de su vocación y no dejará pasar la ocasión de ejercerla. Tal es el caso de nuestros amigos Telesforo Moreno y Martín Delgado. El canal Babyradio les ha brindado la oportunidad de dirigirse a los niños y regalarles una serie de relatos, de corte tradicional y sabia moraleja: “El hombre que vivía con las cigüeñas”, “La zorra y la cigüeña”, “La gallina de los huevos de huevo”, “El rey ambicioso”, “El pobre y el rico”, “Las cien ovejitas”…

Bajo el título genérico de “los cuentos del abuelo”, se encargan de abrir, cada medio día y a la caída de la tarde, los programas “La Estación del Descanso”, y “Viaje al País Almohada”. El dial varía según la zona: para quienes queráis escucharlo desde Madrid, en la frecuencia 92,7 de FM. También podemos disfrutarlo, sin acotación de espacios o tiempos, a través de la web www.babyradio.es . Os animo a que conectéis y acerquéis a los pequeños a escuchar y sentir estas sencillas y hermosas narraciones. Enhorabuena a nuestros dos compañeros de fatigas, que me consta están disfrutando de lo lindo en el desarrollo de esta tarea, tan laboriosa como gratificante y que –me dicen- dedican muy especialmente a nuestros nietos. Gracias, amigos. Estáis, como corresponde a dos avezados maestros lasalianos, dando la talla.
A.H.
 
 

















 
  • De tus cabeceros, elegimos este, porque seguimos contando con tu abrazo de amigo y de hermano que siempre fue tu esencia y presencia entre nosotros.  

DIEGO COCA

    

Que Dios es amor y consiste en amor nos lo dijo San Juan. Lo había visto claro en los ojos de su Maestro. Nuestro teólogo nos lo hace patente mostrándonos, nueve milagros del amor de Dios. 

Nosotros hemos visto un milagro hecho regalo que Dios nos hizo con Diego Coca. En su preciso “soneto del sentimiento” lo razona Ángel Hernández por todos nosotros y dice verdad.
 

El amanecer del 10 de octubre llegó más gris que de costumbre: un queridísimo amigo se nos había marchado, en silencio, sin avisar. Diego Coca, hombre bueno donde los haya, excelente compañero y gran colaborador de AFDA digital desde sus orígenes, se nos ha adelantado en el paso definitivo hacia la eternidad. Desgraciadamente, ya no podremos contar con su hacer magistral en estas páginas, aunque estamos seguros de que su inspiración y su buen hacer permanecerán al quite, cerca de nosotros.



Su pintura.
El pasado día 16 tuvo lugar la misa funeral por su eterno descanso. Fue un acto emotivo y hermoso, el homenaje que Diego merecía. Tommaso y Mariarosaria, grandes amigos y excelentes maestros de la música, interpretaron, junto a otra joven violinista, y las privilegiadas voces de tenor y soprano, la misa de Requiem. Por mi parte, debo agradecer a nuestra querida Eva y al resto de la familia el que me concedieran el honor de pronunciar unas sentidas palabras en nombre del grupo de La Salle que compartimos con Diego años de formación y disfrutamos con él memorables “encuentros de primavera”. Reproduzco aquí esas palabras y el “poema desde el sentimiento” que las acompañaron.
 
Querido amigo Diego, tuvimos la suerte de encontrarnos en el inicio de nuestra adolescencia y de compartir durante casi una década juegos, estudios, inquietudes, ilusiones y proyectos.
 
En aquel período de formación, a nadie pasaste desapercibido. Tu capacidad de empatía, tu sensibilidad, tu vitalismo y simpatía, la permanente disposición para colaborar, tu innata capacidad para las artes, tu sencillez y tu permanente deseo de aprender. Cuantos te conocimos entonces, recordamos aquellas espléndidas réplicas de nuestros pintores clásicos, las originales versiones –a espátula o pincel- de la Inmaculada o del Santo patrono de La Salle, tus propias creaciones… A todos nos sorprendía –nos lo has oído decir muchas veces- la capacidad autodidacta de aquel joven estudiante.
Acabaron aquellos años, y el destino nos llevó por caminos distintos. Casi cinco décadas estuve sin saber de ti. Hasta que un buen día un compañero de entonces tuvo la feliz idea de realizar un homenaje a un gran profesor de nuestro Magisterio, don Carlos Urdiales. Se trataba de convocar a quienes habíamos tenido el privilegio de ser sus alumnos. Y conseguí localizarte. Aquellos abrazos merecieron la pena.
Desde entonces, en cada  primavera, todo el grupo se ha venido reuniendo en algún rincón de España, para mantener y avivar nuestra amistad. Sé la ilusión con que has vivido cada encuentro, y de manera muy especial el que hace dos años tuvo lugar aquí en Sevilla, y en el que Eva y tú, excelentes anfitriones, os desvivisteis por atendernos.
Desde aquel primer encuentro en Madrid, en 2010, decidimos refundar la revista AFDA, “Al filo del amanecer”, auspiciada y dirigida por el mismo don Carlos. La que en los años sesenta imprimíamos de modo rudimentario, es ahora, on line, espléndida realidad. Y en sus 64 ediciones has trabajado con ilusión, ofreciendo incondicionalmente tu habilidad artística.
En esta revista, que ahora estoy seguro seguirás desde el cielo, hay una pequeña sección: “Sonetos desde el sentimiento”, ilustrada  por ti cada mes con singular maestría. Tristemente, el número 65 no podrá contar con tu asistencia, aunque seguro estoy de que estarás muy cerca, brindándonos tu inspiración.
Permíteme que hoy aproveche el generoso ofrecimiento que tu esposa y el resto de tu familia me brindan, y te rinda merecido homenaje en este nuevo “soneto desde el sentimiento”, que ha de ver la luz, Dios mediante, el próximo noviembre:
 
















   “Dios o la Naturaleza”
 
 
                
 
 
Es muy feliz aquel que ha contemplado
el don de Dios en la Naturaleza
y sabe admirarse de esa Belleza
porque es el Hacedor quien ha creado
 
ese lazo de unión que nos ha dado
signo, en la selva, de su Fortaleza;
en los montes, caudal de su Destreza;
y, en los valles, Poesía ha regalado.
 
Palabra es en el abismo tenebroso,
Silencio, en el desierto solitario
y Amor, en el geranio amoroso.
 
Es la Naturaleza un vestuario
de color y belleza, el más honroso;
                             de oración, el más bello Santuario
 


Un momento eterno idealizado
 
 
           

Cuando el cielo de tu tierra amanecía,
lo hacía la belleza del paisaje:
colinas que parecen oleaje
en un mar tranquilo; y yo veía
 
blancas casas en crestas que creía
eran barcos varados; y el pasaje
genios y hadas que hacían ese viaje
sobre el verde esmeralda que veía.

Y he soñado dormido y despierto
con esos lugares que he contemplado
y he estado a su hermosura abierto.

Gozo esa belleza  y la he gozado;
y todo ese recuerdo en mí convierto
en un momento eterno idealizado.

ANTONIO MONTERO SÁNCHEZ
Maestro, profesor de Filosofía y Psicología

         

Fiesta de la Hispanidad

 12 de octubre de 2017 a las 07:19
¡Hispanidad,
palabra confluyente
con Maternidad,
con mayúsculas, que sí,
por la su grandiosidad!
Y la Ada Colada inane
las intenta despachar
de la Plaza más castiza
de la Barcelona real:
angostura de visión
miope y descomunal
la de la edil celestina
que no mira allende el mar
donde América esperaba
a los monjes del sayal:
a los Padres Dominicos,
Franciscanos y aún demás,
con Colón ante la Cruz
arrodillado al llegar.

¡Oh fecunda embarcación,
oh fecunda Hispanidad
que hasta los indios cantaran
en un torrencial Cantar
con Neruda y con Darío
en pro de Caupolicán
.
 





Se hizo América cristiana,
es decir, universal,
y hoy usa nuestro lenguaje
coloquial y comercial
integrándose en el mundo
civilizado y audaz...
Pues orgullosos quedemos
de esta hazaña sin igual.
 
VUELO DE VUELTA A LAS MARIPOSAS DE LA INFANCIA
 

Voy a soplarle a una mariposa
para que vuele más, más y mejor
después de que en la rosa primorosa
extienda distraída su esplendor.

Voy a soplarle el polvo en que reposa
el arcoiris de su gran temblor
a fin de que sus hélitros de diosa
cojan altura al aire de mi amor.

De niño suspiraba por cazarla,
pero era muy de astuto el alcanzarla
por su frágil y fina transparencia.

Hoy que ya soy mayor y no he logrado
atrapar su flamante oro irisado,
pienso que es mía al fin su inconsistencia.

Y le pido perdón
por no ser como ella,
bella, bella,
y todo corazón
.
EL EQUILIBRIO CORPORAL II
LA DEFENSA DEL EQUILIBRIO


 
Los factores tratados hasta ahora sobre esta cualidad son de fundamento mecánico y objetivo, que por sí mismos no garantizan el mantenimiento de la posición del equilibrio. Existen otros factores que residen en la actuación personal basada en el autocontrol y en las capacidades individuales de modificación de la postura corporal, las cuales van a condicionar, en última instancia, el éxito o el fracaso del equilibrio corporal.
 
El tipo de equilibrio que tratamos, semiestable, tiene como característica principal su continua tendencia a la pérdida y consiguiente recuperación. Ésta última, a través de las acciones musculares estáticas y dinámicas, conscientes o inconscientes, que detienen la desviación de la proyección del centro de gravedad. La eficiencia en esta continua regulación, nos dará la capacidad del equilibrio físico que posee un individuo.

El mantenimiento de la posición de equilibrio se debe, pues, a tres factores principalmente: situar continuamente la proyección del centro de gravedad dentro de los límites de la base de sustentación, adopción de la postura adecuada que favorezca el equilibrio y percepción de la postura corporal y de la posición.
 
Ésta última es muy importante puesto que una buena percepción de la posición en equilibrio puede evitar su pérdida y la consiguiente caída. A partir de dicha percepción puede mejorarse la velocidad de reacción equilibrante para restituir el equilibrio antes de que este se pierda, como veremos a continuación. Dicha velocidad aunque va mermando con la edad puede entrenarse con ejercicios de pérdida simulada y reacción equilibrante. En estos ejercicios puede disminuirse también la base de sustentación, bien juntando los pies, bien manteniéndose  sobre un solo pie.

El objetivo del mantenimiento del equilibrio se fundamenta en situar constantemente la proyección del centro de gravedad (CDG) dentro de la base de sustentación. Cuando se da esta circunstancia, dicha proyección está en la zona de conservación de la posición. Cuando el centro de gravedad se sale de la vertical de dicha área, el equilibrio está perdido.
 
Una vez sobrepasado el límite de la zona de conservación de la posición, la posibilidad de recuperar el equilibrio sólo puede conseguirse por alguno de las siguientes acciones: realiza algún movimiento para modificar la postura corporal, aplicar un nuevo apoyo fuera de la zona de conservación de la posición o efectuar una acción externa complementaria basada en apoyos a otro nivel de otras partes del cuerpo –como puede ser un bastón–; también, con la ayuda externa de otra persona para restaurar el equilibrio perdido.

Francisco Sáez Pastor
                                                                                  Universidad de Vigo
 

 
 

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